domingo, 24 de marzo de 2019

Carrera solidaria popular

Un fantasma, enemigo imaginario. Establece conmigo una relación de doble vínculo. Expresa demandas contradictorias que no puedo satisfacer. No se me permite hablar de la contradicción. Cuando lo intento, soy culpabilizada por algo, que siempre puede ser medio cierto, porque se alimenta de la ambigüedad. Pasan los años, normalizo el maltrato, termino hablando su idioma, termino aburrida de él y de mí. 

Serenamente harta y emocionalmente bloqueada. Incapaz de ocuparme de cualquier emoción ajena, sino es con el paragüas del distanciamiento. Incapaz también del distanciamiento. Advertencia: muy frágil. Lo que se dice una crisis de las buenas, de las que te convertirán en un ser de otro planeta.

Por delante una playa con muchas amigas. Reímos porque queremos y porque nos queremos. Después de enamorarme hasta las trancas de la amistad apareceré por algún sitio, cuando menos me lo espere. Mientras tanto, existo con cautela en medio de una terapia de tamaño existencial. Le pongo una línea más para romper la monotonía de los párrafos regulares. La monotonía de la lluvia tras los cristales tampoco me entusiasma, es una cuestión de ritmo. Ah, el ritmo. Bueno, dicen que se lleva dentro, que no se olvida, que no tenga prisa. Temperatura exterior, a ojo, 16º por la noche. ¿y qué me decís de la luna? Porque yo paso.

Conservo el dorsal, y calculo mentalmente: treinta y un años sin correr, desde los quince. La zancada, los brazos relajados pero en su sitio, la respiración...y ahora el tabaco, maldito tabaco. Tenía quince años y llegué a entrenar por las tardes, dos a la semana. Ayer al cuerpo le dio por acordarse, y fue un pelín religioso, porque a esa edad la superviviencia era fácil: leer y recordar lo que habías leído. No tenía mérito recordar, todo era sencillo. Le llamaban estudiar y era el centro de mi vida.

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