martes, 26 de diciembre de 2017

Epidemiología paranoica

Hace unos años, dando una charla sobre gestión del delirio sin fármacos, tuve la oportunidad de tener una interesante y breve charla, en público, con un psiquiatra allí presente. Me situaba en el territorio de la excepción, para variar. Comentó algo, de forma genérica, sobre la capacidad que tenían algunas paranoias, debido a su fuerza, para ser contagiosas. Sobre eso me apetece reflexionar.

En otra ocasión, uno de mis mejores amigos, preocupado en aquella época por mis periodos de viajes mentales, y al mismo tiempo consciente de mi capacidad para "dirigir", en cierta forma, el contenido de estos, me sugirió: ¿Y no pueden ser paranoias buenas? Era prematuro, en aquella época, sobreestimar mi verdadera capacidad para dirigir hasta tal punto los argumentos de mis paranoias, pero aquella sugerencia se quedó dentro de mí, y tanto que se quedó.

Como otros tantos argumentos que surgieron dentro de mi cabeza, algunos tenían la posibilidad de desarrollarse a posteriori, una vez remitido el estado intenso del delirio, o como lo queramos llamar. Uno de los que recuerdo con más nitidez, en ese aspecto, era la posibilidad de las redes sociales, que surgían en aquel momento, para impulsar movimientos sociales. Pienso en el movimiento de lxs locxs, y también en el feminismo, que efectivamente tuvieron un repunte gracias al buen uso de las redes sociales.

Más cerca, había un territorio, el de las relaciones humanas de andar por casa, donde era muy necesario creer en y promover "paranoias buenas". Una de mis preferidas es la idea de que las personas somos interminables, aunque esa tiene ya muchos siglos. Si algo nos enseñó Shakespeare es que dentro de cada persona viven todas las personas. Sucede que a veces algunas personalidades monopolizan a las demás, en tiempo e intensidad variable. En estos tiempos de engaño y desencanto, las personalidades más difíciles lo tienen más fácil para la labor depredadora. Y esto no sucede solamente entre las diferentes personalidades que nos habitan, sino que son también transpersonales, van de unas personas a otras. La personalidad depredadora de alguien puede monopolizar al conjunto  de las personalidades del que está a su lado. En esos casos, las personalidades amables, pacientes y alegres, tienden a replegarse, en parte por superviviencia, en parte por no agotarse sabiendo que serán sudores sin fruto.

En realidad, y es algo que sabe casi todo el mundo, a la larga las personalidades alegres son infinitamente más fuertes. A la larga, estar cerca de alguien alegre termina por sentar bien, aunque la resistencia inicial sea considerable, o incluso aparatosa. Las personalidades alegres atesoran recursos casi infinitos para dar golpes de timón hacia el rumbo más deseable. Si fuésemos capaces de unir la fuerza de la alegría y su confianza en el manejo del timón, con la capacidad de la paranoia para ser contagiosa, tendríamos una sanísima epidemia: el deseo de mi amigo como síntoma, y el comentario del psiquiatra como metodología de contagio. Claro que, para pensar estas cosas, hace falta estar un poco loca, y no todo el mundo tiene esa suerte.

domingo, 17 de diciembre de 2017

La paradoja de la paranoia

Algunas veces se lleva demasiado lejos la epistemología paranoica. Alguna vez hablé de este concepto: consiste en dar cierta validez al argumento paranoico, para construir conocimiento hipotético a partir de él. Claro que para esto hace falta reconocer cierto porcentaje de paranoia en el argumento en sí. Hace falta reconocer la posibilidad de que sea paranoia, aunque no se tenga la certeza.

Esta habilidad para el reconocimiento no abunda, seamos sinceras. En estas tierras hispanas donde el biologicismo campa a sus anchas en el abordaje de este fenómeno perceptivo, se dan con mucha frecuencia tres situaciones:

1.- Que a las personas que acuden (o "las acuden") a los servicios de salud mental no se les faciliten mecanismos psicológicos para trabajar sobre el relato de sus paranoias, tal y como sucede en otros abordajes no biologicistas (El Diálogo Abierto finlandés, por ejemplo). Que no se aborde, en la terapia (si la hubiera o hubiese, más allá de las pastillas), la posibilidad de partir del relato paranoico como hipótesis a partir de la cual iniciar una investigación sobre la relación entre ficción psicológica y realidad  (más o menos) compartida con la mayoría.

2.- Que las personas no acudan a los servicios de salud mental, precisamente porque la paranoia no deja ningún resquicio para la duda, porque se viste de certeza absoluta, y se vive con una intensidad emocional que se experimenta más como verdad revelada que como hipótesis entre muchas otras posibles. Y en absoluto se percibe como "alteración" que podría necesitar ayuda para rebajar esa intensidad emocional, esa sensación abrumadora de misticismo.

3.- Que las personas, aún siendo conscientes mínimamente de que aquello que piensan podría ser paranoia (y no realidad constatada), se nieguen a pedir ayuda profesional (aún necesitándo algún tipo de ayuda), por ser muy conscientes del tratamiento que les espera. (véase apartado 1)

Más allá de los apartados anteriores, quiero retomar la idea de la paradoja. La paranoia puede construir realidad, más allá de ser una determinada "interpretación" de la realidad. Teniendo en cuenta que tendemos a valorar la realidad según nuestros valores y creencias, y por lo tanto a actuar en consecuencia de tales valoraciones, actuar en base a la interpretación paranoica puede convertirse en un acto que provoque aquella realidad que en principio solo era paranoia.

Un ejemplo sencillo y cotidiano son los celos. Imaginemos a una persona que, aún sin ser objetivamente cierto, tiene la paranoia de que su pareja le es infiel, de la forma que sea. Esta persona, entonces, se comporta de forma totalmente coherente con ese pensamiento, y a partir de ahí sospecha de cualquier detalle, la controla, le reprocha cualquier conducta, empieza a demostrar que no confía, a ser menos cariñosa, menos paciente...no sé, digamos que agobia de tal manera a su pareja, que esta termina por, efectivamente, serle infiel. Para su pareja, el argumento definitivo para la infidelidad, además del hecho de que se ha deteriorado la relación, por resultar insoportable vivir con esa desconfianza y ese control, podría ser: " Ya que estás absolutamente convencido de que no te soy fiel, y ya que yo no puedo demostrarte que sí lo soy, y da igual por tanto que lo sea o no, entonces no habría gran diferencia entre no serlo y serlo. Puesto que la fidelidad estaba conectada con la calidad de nuestra relación, y esta ha desaparecido, no me siento tan vinculada a ti como para serte fiel" Imaginemos que, efectivamente, esta otra persona termina por ser infiel.

La cuestión es: Al construir una realidad alternativa emocional mediante la paranoia, y al dejar que esta realidad alternativa no constatada guíe nuestra relación con el otro, puede suceder que la paranoia "se haga realidad". Una vez sucedido esto, y habiéndose encontrado pruebas: ¿Puede decirse que la persona paranoica está "curada"? ¿Demuestra esto que la paranoia supone efectivamente conocimiento intuitivo de la realidad, o más bien que la paranoia "crea" o "provoca" la realidad? Desde fuera podría parecer claro, al menos en este ejemplo. Pero, ¿qué sucede desde dentro? ¿Y si este esquema de paranoia creadora de realidad se repitiese a menudo, en diferentes contextos emocionales? ¿Pensaría esa persona que tiene una intuición afinadísima? ¿Sufriría menos? (El término "sufrir" se usa aquí en el contexto emocional, se intenta proponer la reflexión sobre cómo la desconfianza sistemática puede generar en los demás conductas que pueden leerse como confirmación de la paranoia. La desconfianza puede llevar a tratar a los otrxs de forma poco comprensible, de manera que estxs respondan, a su vez, de una forma también poco comprensible).

Quizá si tuviéramos en cuenta que vivmos en una época que promueve todo tipo de paranoias emocionales (en forma de envidia, competitividad, desigualdades, soledad, individualismo, etc...), podríamos leer muchas interacciones humanas conflictivas en clave de "paradoja de paranoia" Si dejasemos de pensar que las paranoias emocionales afectan solamente a las personas diagnosticadas de esquizofrenia, bipolaridad, etc, y empezásemos a verlo como un continuum muchísimo más generalizado de lo que en principio pudiera parecer, quizás entonces podríamos constatar la necesidad imperiosa de que los mecanismos de reconocimiento del relato paranoico estuviesen al alcance de cualquiera, y no solo de un puñado de activistas y profesionales críticos. La desconfianza sistemática entre las personas genera todo tipo de realidades desagradables, muchas de ellas peligrosas, que van desde la ruptura de parejas o amistades hasta el paro, el acoso en cualquiera de sus formas, la violencia psicológica o física, la pérdida de salud mental, o el fascismo.

Lo emocional también es político. Los que mandan lo saben, por eso son expertos en generar paranoias para servir a sus oscuros intereses. La cuestión sería minimizar sus efectos, dotar al mayor número posible de personas de conocimientos emocionales que les permitiesen desactivar paranoias propias y/o ajenas, para así, quizás, convertir la reconstrucción de la confianza en una realidad consensuada que valiese la pena habitar. El mayor obstáculo es que esto solo puede hacerse desde el reconocimiento intrínseco de la vulnerabilidad humana. En un sistema patriarcal que asocia lo vulnerable y lo sospechoso a lo femenino, y lo femenino con lo secundario o prescindible, el obstáculo es aún mayor de lo que parece. Menos mal que vamos aprendido a resignificar aquello que nos arrojan como arma para destruirnos, convirtiéndolo en fortaleza. 

viernes, 15 de diciembre de 2017

Lo interminable

Ahora es un murmullo un poco místico, que avanza como desde lejos, poco a poco lo atraviesa cierta complejidad, pero era una falsa alarma. De nuevo místico y previsible, con fondo de chapoteo hecho en casa, con latas o restos de plásticos. Lo ambiental permanece tratando de inspirar calma, y enseguida se echa de menos que algo lo rompa todo, y se convierta en ...a ver? Hay que esperar hasta lo que parece una campana de un solo toque, que casi al instante se transforma en timbre, tecla, y armonía como de jazz. Pues sí, tenían el jazz escondido, mezclado con crujido de puerta y estruendo de botarate. Jazz con plastiquitos, parece que se enfada al leerme el pensamiento y se quiere poner chulo. Pues se hizo de rogar la complejidad, pero llegó. ¿Un pitido? ¡Un despertador!

Un coro bluesero me cuenta no sé qué con palos de lluvia, si no estuviera tan cansada...es como una selva experimental, la que llevamos dentro. Batería, momento rockero quejica, a ver si cambia pronto, no hay quien lo aguante. ¿Kenny G al volante? ¡¡socorro!! Me estoy divirtiendo muchísimo, que venga alguien a reprocharme lo que sea, esto es demasiado bueno para ser verdad. En esta como danza de trópicos y lamentos nada parece tomarse en serio, por eso se transforma en tintineo que  anuncia viaje, y ahora merece por tanto una escucha más exigente: una voz femenina en una lengua inventada. Me dice que tenga cuidado con los hombres caprichosos, justo antes de desaparecer entre algo que no identifico. Unas guitarras progresivas salen al encuentro de un sitar elegante y burlón, y ahí están, de cháchara. Que si te dije, que si me dijiste. Bah, una pelea de hombres enamorados.

Es de noche y hay cantos de cigarras, sonata de tubitos de bambú soñando en alto, y un dijeridoo entrando en fase rem. Dejemos a los amantes soñar su libertad, tal vez dormir.



jueves, 14 de diciembre de 2017

Electrónica

Bailar durante horas, sin más preocupación que la consciencia completa de mi propio cuerpo hablando con la música. Mejor si es electrónica, compuesta y mezclada exactamente con esta finalidad. Imaginativa y viajera, abstracta, repetitiva solo en su punto justo. Quiero celebrar la tregua navideña a unos meses de muchísimo trabajo. En esas horas me reinvento y cierro heridas, me canso con gusto, me reinicio y me acompaño sin asomo de angustia. Me cuido por dentro y por fuera, me recuerdo como era antes de tantas tristezas, vuelvo hacia atrás en el tiempo, y voy también hacia adelante, me proyecto en las mejores versiones de mí, si las hubiera. Juego, juego muchísimo, salto, me desplazo hacia atrás, camino por todos los mapas, pero sobre todo me hago territorio, me hago consciente de límites y de fuerzas. Y ejerzo mi libertad de movimiento, que en ese trance es todo menos una frase hecha. Seguro que al día siguiente tendré la claridad mental perfecta para resolverlo casi todo, al menos en mi pequeño mundo, que no es poco.

Arroz de fado

O arroz se pode fazer de mil maneiras. Eu adoro aquel que tem aire de rissotto, com tres partes de auga e sempre a remover, a fogo médio, por vinte minutos. Os ingredientes, boms e simples: cogumelos, presunto, tomate natural, um bocado de tomilho, sua cebolinha e ja vai. Aqui está a receita para un arroz independente, como o coraçao de Amalia Rodrigues.

por ter pasado
mesmo ao meu lado
certo fadista
de ollar troçista

Tudo isto existe
tudo isto é triste
tudo isto é fado

cinzas e lume


Máis se o arroz quer ser partilhado, será. Para ja, a minha alma fadista fica a espera de mudar de estilo. A tristeza intensa e complexa do fado tem aqui data de validade. Mais olha que a sua catarse era até certo ponto necessária.

lunes, 11 de diciembre de 2017

domingo, 10 de diciembre de 2017

Romanticismo

Fantasías decadentes de almas que se tocan, así es el consuelo residual al que se puede aspirar en tiempos de lluvia sucia y tristezas cada vez más absurdas. Una pequeña droga de andar por dentro, una estrella estereotipada que nos señala como fugaces desde su altura burlona y milenaria.

La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas distilado,
Y a no invidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

Amantes, no toquéis, si queréis vida;
Porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora
Y sólo del Amor queda el veneno.


Así seguimos siglos después, sin que la amistad termine de ser digna sustituta de semejantes gilipolleces. No está el problema en la boca, ni en los labios, ni en las rosas. Está la oscuridad en los corazones cerrados como puños a la emoción desnuda en el frío del invierno. Hay que pararse y contemplarnos como un paisaje que, lejos de reflejar los sentimientos, se interpone como distancia. Un horizonte expandido donde solo se escucha una voz más quebrada que alegre, más inquieta que fuerte, y sin embargo valiente a su manera. No hay nada en la vulnerabilidad de lo que haya que avergonzarse, la cuenta pendiente con ella es reconocerla y mimarla, hacerla brillar más que las cenizas que la ahogan. O hacerle sitio, y punto. Las rosas siempre vuelven, está en su naturaleza cíclica florecer una y otra vez.


 

 

sábado, 9 de diciembre de 2017

Fuegos

Yo me quedo a la orilla de ríos metafísicos, ella los nada. Incalculables paisajes humanos se acomodaron a esta frase de Rayuela con la naturalidad furiosa de la literatura. No había nada en el mundo más feminista que estas palabras, nada mejor que hacer que inventar el tiempo cada noche. Si hubiera una multiplicación más importante que las otras, serían todas las noches de todas las ciudades en las que viví en los años noventa. Gracias al veneno psicotrópico de lo interminable sucedieron viajes más allá de cualquier mapa. El vértigo iniciático no acababa de ayudar a comprenderlos, tuvieron que pasar años y pinceladas para acompasar mi caótica respiración a la sencillez de la curiosidad, a la naturalización de la inconsciencia como fuente de conocimiento. Los frutos, como las frutas, a salvo en una cesta. Para abrazar el tiempo que aún no te pertenece, espero en calma a que me duelan las nubes. De las nubes ya solo se espera que den agua, y quien dejó de doler, finalmente, fui yo misma, a salvo de quedarme contigo.

Desde la calma y mi querida soledad, los viajes son otros. Se hacen con pasitos cortos y palabras amistosas, con cuidados y solidaridades que, ahora sí, atraviesan océanos de tiempo sin que nadie resulte vampirizado. Los ríos metafísicos se recorren con poemas, ritmos, silencios y noches de hospital. El barroco ya no le interesa a nadie, y por eso es fascinante sumergirse en su contemporánea marginalidad para acabar de construirse un cuarto propio que sea al mismo tiempo refugio y espejo.
No te quiero como piensas que te quiero, te quiero mucho mejor. Te quiero tanto que prefiero la distancia para que puedas impulsarte en lo imposible, y desde ahí reconocerte en cada viaje que no hiciste. No me haces falta, me haces brillante en cada tutibeo, en cada beso pendiente, en cada miedo inconfesable. Me haces crecer y creer que tu ilusión es infinita, que así tiene que ser para que no te acabes nunca, ni te aburras ni te engañes más allá de lo cotidiano. Estoy lejos y te encanta, por eso nunca me llamas, ni me prendes ni me apagas.

Si hubiera algo de mí que te resulta fascinante, guárdalo como un tesoro, para encender fuegos artificiales en las fiestas. Acarícialo en tu memoria de pez, porque te va a hacer compañía en todos los intervalos. Y mientras vivas, brilla.

Somos tan complicados, nosotros, tan llenos de misteriosos resortes, de resonancias secretas, de alianzas y hostilidades, de encuentros y desencuentros...jugamos un ajedrez casi demoníaco y maravilloso  (Cortázar, claro)


 

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Notas a pie

por la memoria del cuerpo pasea un silencio entre poemas y arrebatos,
quería, en la próxima nota, volverme radiante y encender gotas imperceptibles 
desde las penas hasta los gatos, sin darse demasiada importancia
honrarme y respetarme como una oración para los años venideros
recolectando mimos y orgullos en una cesta bajo el brazo
llueva o truene 
a cualquier hora
si hubiera un plan mejor
hacédmelo saber antes de que mi plan se vuelva consistente y contagioso
lleno de puntos de sutura y aún así vibrante como un látigo de nubes

por la oscuridad de las pesadillas ajenas
venía agonizando la alegre cocinera que vive dentro de mí
por suerte o por las gracias a la vida
anidó una luciérnaga a la hora exacta de los reconocimientos
y la nota decía: "soy silencio y no me importa"

 

domingo, 3 de diciembre de 2017

Estudio y salud mental

Estudiar siempre ha sido, para mí, estímulo y evasión. Sobre todo cuando soy capaz de emocionarme estudiando, de disfrutar tanto de la dificultad de comprender o recordar, como del placer de redactar o de establecer asociaciones nuevas entre diferentes ideas o conceptos. Entonces sé que estoy protegida de la inestabilidad. En diferentes momentos de mi vida, zambullirme en algún proyecto a largo plazo relacionado con el estudio (oposiciones, máster, ahora de nuevo oposiciones) me rescató de profecías psiquiátricas, de duelos por desamor, o de preocupaciones exageradas por asuntos o personas que tampoco lo merecían tanto.

Estudiar algo tan humano y artístico como es la literatura permite una mezcla de concentración y vuelo. Concentración porque hay que leer, resumir, esquematizar, relacionar, redactar. El vuelo viene de la fascinación de conectar con escritorxs de diferentes épocas, intentar empatizar con su particular relación entre vida, contexto y escritura, leer en sus obras claves humanas, emocionales, históricas, sociales, económicas, políticas. Viajar con ellxs a sus conflictos, a sus valores, a sus contradicciones y genialidades.

Mientras me evado hacia otras épocas, desconecto de decepciones muy contemporáneas, de esfuerzos inútiles por comprender a personas que no desean ser comprendidas, sino solo que estés ahí a merced de sus caprichos. Eso, y poco más, he llegado a comprender por ese lado. No es bonito, no permite crecer. Era tan fácil como estudiar. Lo bueno de estudiar es que es interminable. Entre estudio y trabajo, el tesoro de la amistad. No se qué más se puede pedir.

(El amor romántico se ve ahora como una pesadilla borrosa del pasado)