lunes, 18 de marzo de 2019

Un horizonte de andar por casa

Puesto que ya no necesito nada excepto recuperarme, todo se ha vuelto muy sencillo. Despertar para hacer algún trámite, pensar en algo sencillo para comer. Descansar, mucho, a veces demasiado, después de comer. Mucha somnolencia. Cero culpa. La tarde, si llega, es para dar un paseo, ver a alguna amiga, un ratito, volver pronto a casa. Leer un poco, siempre menos de lo que pienso que va a apetecerme o que voy a poder, tomar algo para dormir, casi siempre a la misma hora, dormir de forma regular, en horario y duración. Descansar. Descansar mucho.

Mi psicóloga valida mi sufrimiento, en antigüedad e intensidad, señala mis fortalezas, y me da muchos ánimos. Me siento tranquila con ella, sigo descansando entonces, hasta la próxima sesión. Coincide conmigo en el talón de Aquiles, el monstruo, el tema, lo de siempre. La afectividad herida, el desorden, la desconfianza como amenaza, el abuso de estrategias de supervivencia, los abusos a secas, la alerta permanente, lo insoportable a largo plazo, lo que se incrusta y lo que dejo de escuchar, los relatos de negación cuando tocaban. Me recomienda un libro, o dos. Me anima, me tranquiliza, salgo un poco más aliviada, con la conciencia de mucho trabajo por delante, y sobre todo con el deseo, la esperanza y la necesidad de ser una alumna aplicada. Ha sido la mejor decisión en muchísimos años.

La semana pasada descubrí el Marco de Poder, Amenaza y Significado, propuesta de enfoque psicológico muy reciente (2018), de la British Psichological Society,  traducido al castellano por la AEN. Gracias a la AEN (en el enlace podéis consultar el programa de sus próximas jornadas) y a Rosa, por tenerlo aquel día encima de la mesa. De este marco me da confianza leer los nombres de John Read, o de Jaqui Dillon, entre otras autoras, a las que tengo tanto cariño, de esos cariños rápidos y duraderos que nacen de los márgenes luminosos de un mundo demasiado feo.

Poco a poco, después de tantísimos años, recupero lentamente la confianza en la ayuda profesional (no me sirve cualquiera, ojo), y lo hago gracias a que pude confiar, previamente, en personas que eran personas antes que profesionales. No fue nada fácil, la desconfianza se extendió como petróleo pegajoso, cuando no fue directamente pánico. El trauma del maltrato en el hospital proyectó una sombra demasiado alargada. De los otros no tengo ganas de escribir.

Me muero de ganas de sumergirme en la literatura, la poesía, la música, el ensayo, me muero de ganas de terminar la terapia y empezar una vida propia, de estrenarlo todo. No es idealización, no es euforia, es un deseo pequeñito y legítimo. Es un horizonte de andar por casa. Mientras tanto, sí puedo escuchar algo de música, como la que ponen en mi querido Vericuetos (que os recomiendo muchísimo)

3 comentarios:

  1. Hace unos minutos he recordado a Rosalía de Castro y el recuerdo de su poesía me mandó directo a ese sentimiento de estrenarlo todo. Cuando conocí su trabajo fue como si quisiera contarle a medio mundo que me había enamorado -de la melancolía, del amor, de la tierra.

    Estoy eufórico ahora pensando que vuelvo a sus letras, encima hoy, que soy encuadernador.

    Vaya un saludote.

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  2. Rodrigo, ¿sabes que en mi familia paterna hay tres encuandernadores? Crecí entre cartulinas, telares para coser, letras para grabar, espátulas de madera, diferentes papeles para las difrentes partes de un libro, papeles gruesos de calidad y colores variados.Y nunca aprendí, aunque lo sé casi todo por haber visto hacerlo durante años.

    El amor a los libros siempre me acompaña, aunque me fui más por la parte intelectual que por la física. En la universidad era mejor crítica literaria que ahora. Ahora soy una emoción contenida, en espera de tiempos mejores.

    Tengo la euforia en suspenso para que no me engañe, aunque tampoco me entusiasma la melancolía. Por ahí ando en el medio de algo, intentándolo. Tranquila, dentro de lo que cabe. Quiero pensar que va a salir bien.

    Un abrazo.

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  3. Cuando hago libros estoy bien. Y me equivoco a veces, pero esa pequeña rencilla es de lo más natural. No hay vorágine en ella. Dueño del tiempo, y a veces dueño del tiempo que tarda el pegamento en secar, a lo sumo.

    Podrías intentarlo. Estoy seguro que de esas manos saldría algo interesantísimo, con toda probabilidad algo admirable ante tamaña siembra genealógica.


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