sábado, 29 de julio de 2017

Hormonas vestidas de seda

El tema de las hormonas me resulta fascinante. Yo veo las hormonas como unas drogas de andar por casa, de fabricación casera. Parece que viene de serie la capacidad de fabricarlas, así como la información genética. Lo que ya no parece venir tanto de serie son las relaciones que se producen a posteriori, por ejemplo entre las vivencias psicosociales y la segregación de una u otra hormona. Por ejemplo, si estás embarazada, segregas unas hormonas específicas, o también si estás en peligro, o si hay fiesta sexual a la vista. Pero para que tales hormonas se segreguen hace falta el embarazo, el peligro, o los ingredientes para la fiesta.

O entre la información genética de serie y aquella que se enciende o apaga según vaya la feria, lo que viene siendo la epigenética ("Se puede decir que la epigenética es el conjunto de reacciones químicas y demás procesos que modifican la actividad del ADN pero sin alterar su secuencia. Considerar las marcas epigenéticas como factores no genéticos nos alejaría de la verdadera visión de la disciplina científica. Las marcas epigenéticas no son genes, pero la genética moderna nos enseña que no sólo los genes influyen en la genética de los organismos". Wikipedia dixit)

Volviendo al tema de las hormonas, la epiendocrinología (palabro que me acabo de inventar) sería el estudio del conjunto de reacciones químicas Y DEMÁS PROCESOS que regulan la actividad de las hormonas sin alterar su composición, digamos. Es decir, que aunque la hormona se vista de seda, hormona se queda, sí, pero...¿qué pasa cuando las vestimos de seda?

El otro día me encontré con un chico que, en principio, me atrae. Como estaba pasando por un proceso psicoafectivo de duelo, o más bien desintoxicación de una relación compleja, no me dio la gana de segregar las hormonas pertinentes de fiesta sexual a la vista, que sería lo suyo en esa circunstancia. Decir no me dio la gana suena voluntarista, y como de superpoderes sobre el organismo, a la manera de los fakires y el dolor. Nada más lejos de la realidad, porque conscientemente yo no decidí nada, simplemente reflexioné, a posteriori, que mi cuerpo "había decidido" no segregarlas, a la vista de la prioridad psicológica de no meterme de momento en nuevos líos sexoafectivos. Es decir, que había un impertativo psicológico de autocuidado que pasaba por no activar ninguna relación nueva, y ese imperativo (autogenerado tras reflexiones emocionales sobre lo que más me conviene para tener una salud mental chachi en lugar de una cutre) estaba gobernando, o al menos influyendo de forma significativa, de alguna forma en el proceso de segregar o no segregar determinadas sustancias ante esa circunstancia.

La anécdota anterior sugiere una vestimenta de hierro más que una de seda, pero ahora voy con la suavidad de la seda. Últimamente he tenido experiencias premenstruales largas y molestas, a lo largo de varios años. Emocionalmente, esas experiencias en forma de segregación hormonal tienden a activar lo más molesto de nuestra vida cotidiana reciente: conflictos, penas, miedos...son como un recordatorio (en estos tiempos de prisas y evasión del conflicto afectivo o del dolor) de que hay asuntos pendientes. O dicho de otra manera, el cuerpo nos envía mensajes en forma de segregación hormonal. Ahora bien, ¿es esa la única dirección posible? ¿Tiene el cuerpo siempre el privilegio de la inicativa en la comunicación? Es decir, ¿puede ser al revés? ¿que una decisión producto de la reflexión intelectual sea la primera en enviar el mensaje al sistema endocrino, condicionando la segregación hormonal?

Siguiendo con el asunto de mis molestas experiencias premenstruales recientes, este mes ha sucedido algo distinto. Como mencioné antes, estoy en pleno proceso de desintoxicación, mediante la razón y la voluntad, de un cierto modelo de relación sexoafectiva en el que, de una forma u otra, me veía envuelta de manera recurrente. Y ese era, sin duda, el verdadero asunto pendiente que mi sistema hormonal se empeñaba en recordarme uno y otro mes. Total, que yo lo entendía todo al revés y, ante el sin duda bienintencionado recordatorio yo respondía yendo al asunto, sí, pero para alimentar el fuego, en lugar de sofocar el incendio. En un momento de la piromanía metafórica del mes pasado, me di cuenta en tiempo real y paré, con la inestimable ayuda de mi querida amiga R. al teléfono. Juntas reflexionamos, en esa conversación, sobre cómo la consciencia en tiempo real de la piromanía era una herramienta para sustituir el mechero por el extintor. (Bastante parecido a la herramienta de autocontrol del delirio). La consciencia construida en colectivo, con apoyo real y personal, con cariño del bueno.

A partir del momento en que cambié mechero por extintor, y viendo que, efectivamente, el extintor servía para apagar el fuego, lo que sucedió, siguiendo con la metáfora, fue que después de las cenizas llegó la lluvia, y con ella la rehidratación de mi día a día. Entre quedadas con las amigas, soledad elegida y disfrutada y otras actividades propias de las vacaciones, mi tono emocional pasó de estar quemado a resplandecer de salud. Si ese proceso fuese un mensaje que yo enviaba a mi sistema endocrino, el contenido del mensaje sería: "Ok, teníais razón, ya me he ocupado del asunto de la manera correcta. ¿Podríais ahora, queridas hormonas del buen rollo, reproduciros como esporas y acompañarme para facilitarme la estabilidad y celebrar que hemos hecho un buen trabajo?

Y las hormonas se portaron. La hormona vestida de seda hormona se queda, pero vaya diferencia de tacto. Este mes no he recibido demandas de asuntos pendientes, apenas medio día de dolor físico normal y corriente. Alimento esta maravillosa noticia con lecturas sobre el fascinante tema de la agamia y sus ventajas. Si el amor, concebido como incendio y dependencia, es una construcción social, entonces se puede construir algo diferente. Deseadnos suerte, a mis hormonas y a mí, cuando volvamos a tener algún asunto entre manos. Por lo pronto, hemos conseguido construir, entre nosotras, una comunicación fluida y de calidad, que no es poco.

R., te quiero un montón, gracias amiga!

martes, 25 de julio de 2017

Cierta luz menor aún puede brillar incandescente

Un día me despertaré pintando el respeto hacia mí misma, pero no cantaré victoria hasta que sean muchos días, y no uno. Otro día saldré de casa por motivos nuevos, que no sean trabajar o refugiarme. Me dará igual estar sola o acompañada, porque estaré bien. Algún día me sorprenderé teniendo que hacer memoria sobre la última vez que lloré por lo de siempre, porque se habrá deshecho el nudo en el estómago, y mi risa será alegre, celebrando la vida sin relaciones imposibles.

Un día como hoy abriré este blog y me encontraré más cerca de ese día, más cerca de las palabras que había empezado a escribir, y que no publiqué porque no era su momento. Un día como hoy, los ecos de mujeres sabias como elefantes y valientes como tigres me harán cosquillas en la oreja, tanto que desearía escuchar voces, físicamente, siempre que fueran las suyas. Mujeres como Frida Kalho o Virginia Woolf. Escuchar voces sería entonces un privilegio secreto, un toque de distinción, como lo fue en su momento aprender a no tenerle miedo a los pensamientos delirantes. Fue relativamente fácil conseguirlo en cuanto descubrí que el secreto era mi relación con ellos, y que esa relación podía construirse, lo mismo que se construye cualquier otra. A diferencia de las relaciones con personas de carne y hueso (donde no siempre es fácil construir algo si alguna de las partes no lo ve claro), en la relación con mis pensamientos, la voluntad de querer (valga la redundancia) tenía sus frutos. Desde entonces pocas veces me ha vencido la inseguridad, el miedo al qué dirán o qué pensarán de mí. Al fin y al cabo, ya habían pensado lo peor, que era visualizarme como loca. A las mujeres se nos ha llamado locas tantas veces que deberíamos considerarlo un piropo, que dice mucho más de la soberbia de quien lo dice que de los atributos de la acusada.

Un día como hoy es verano, la luz es preciosa y tengo por delante todo el tiempo del mundo. Cuando no se está a gusto, el tiempo libre es una condena, puesto que tiende a rellenarse una y otra vez con los aspectos más conflictivos de la vida en la que estemos inmersas. Los más conflictivos, los más tristes, los más cuesta arriba. O simplemente la cuesta abajo, también llamada vacío existencial, depresión, o aburrimiento. He sido muchas veces víctima de todo eso, de todos y cada uno de los aspectos. Mi historial de penurias está más que cubierto, y sobre el futuro no se puede saber nada, así que me limito a mencionar las pasadas. Las menciono de pasada, eso sí. Porque hoy no caben, y espero que mañana tampoco.

Un día así no sucede nada especial, no ha habido premios, grandes inspiraciones, novedades ni reencuentros. Bueno, quizás lo enorme es que, no habiendo nada de eso, me siento bien, a gusto. Tampoco ha habido conflictos emocionales ni ganas de darle importancia a ninguno reciente (allá cada cual con la parte que le toque) Pasando el día entre discos de conciertos recientes, redes sociales, la cama, el libro, los gatos, los huevos con patatas, mensajes con las amigas y un plan sencillo para la tarde: caminar, caminar mucho. Caminar entre personas desconocidas con vidas propias, teniendo en común con ellas, como mínimo, ese caminar, poesía humana y urbana del movimiento, metáfora de otros movimientos, variados, complejos, prometedores. Caminar con una amiga y sentirnos también acompañadas por las poetisas malditas (que haberlas haylas) y sus conjuros abrazando la soledad lúcida y poniendo en valor locuras que son antorchas contra el frío que tantas veces sentimos sin creernos merecedoras.

Un día como hoy me quiero, y poca vergüenza me da escribirlo para que conste en el acta de la asamblea diaria, esa en la que intentan llegar a un consenso los pensamientos con los actos. Los asuntos graves han de ser tratados con la mayor de las ligerezas.

Corneja negra en tiempo lluvioso

En una rama tiesa allá arriba
se encorva una corneja negra, mojada
arreglando y desarreglando sus plumas bajo la lluvia.
No espero un milagro
ni accidente
que encienda la visión
en mis ojos, ni busco ya
designio alguno en lo inconstante del clima,
pero dejo que las hojas moteadas caigan como caen,
sin ceremonia ni portento.

Aunque en ocasiones, lo admito,
deseo alguna réplica
del cielo mudo, la verdad, no me puedo quejar:
cierta luz menor aún puede
brillar incandescente

desde la mesa o la silla de la cocina
como si de vez en cuando un ardor celestial 
tomara posesión de los objetos más estúpidos ---
santificando así un intervalo
de otro modo inconsecuente

confiriéndole grandeza, dignidad,
amor, podría decirse. De todos modos, ahora ando
con precaución (porque esto podría ocurrir 
incluso en este paisaje  ruinoso y opaco); escéptica
pero cauta, ignorando si

un ángel eligió destellar
de pronto a mi lado. Solo sé que una corneja
arreglando sus plumas negras puede brillar tanto
como para embargar mis sentidos, izar
mis párpados, y conceder

una breve tregua al miedo
de la total neutralidad. Con suerte,
si atravieso empecinada esta estación
de fatiga, podré 
ensamblar un todo

con las partes. Los milagros ocurren,
si se tiene el cuidado de llamar milagros a esos
espasmódicos trucos de la luz. La espera ha vuelto a comenzar. 
La larga espera del ángel,

de ese inusitado, aleatorio descenso.

Sylvia Plath (en un día bueno)

viernes, 14 de julio de 2017

El jazz también son alegrías

Ayer en el concierto de Sumrrá me dio por disfrutarlo. Pensaba en cómo los viajes de gira de los músicos se les habían metido en el cuerpo y en los instrumentos, y de qué manera grande y generosa los compartían con nosotros. Johanesburgo tuvo que ser espectacular, y las ciudades bolivianas les emocionaron, les llenaron de vida y de respeto y curiosidad por la selva y sus sonidos. Un verdadero placer que vuelvo a agradecerles desde aquí. Aprovecho para hacerles publicidad, entusiasta: "5 Journeys" se llama el último disco. A mí me va a alegrar la tarde volver a escucharles, en muy buena compañía. Vino, marisco sencillito, y lo que venga. La temperatura es perfecta.

(Pa mí que ya me merecía un buen verano, después de tanta adaptación al nuevo trabajo y tanta telenovela) 



miércoles, 12 de julio de 2017

Alegrías

Las alegrías son mi palo flamenco preferido. Me gusta el nombre y me gusta el compás. Las escucho mientras escribo, pensando en otras alegrías, la de compartir una comida rica con buenos amigos, hecha con más cariño del que hubiera podido sospechar hace sólo unas semanas. Una lasaña de verduras, todo cortadito con primor, hecho en su tiempo justo, regando el cocinar con vino rico y buena ayuda. Va sonando el timbre y van llegando los demás, todos contentos. (Qué sonrisas, caramba). El hummus que iba a ser para el picnic exterior se quedó en el interior, y tan a gusto. Música, vino, café (infusión, y también licor), comida, partidas de ajedrez, conversaciones,  foliada folk al final del día, encuentros con más amigas.

Definitivamente, la amistad es lo mejor del mundo. Venía años diciéndolo, y pensándolo, pero lo de hoy ha sido tan espectacularmente sencillo, que va a convertirse en faro y talismán para cualquier día gris. Y la lasaña de verduras, un conjuro de andar por casa, de los buenos.

Receta:

Se sofríe la cebolla (una mediana), el tomate (unos cuantos, o también una lata grande de tomate triturado) y el calabacín (uno grande), todo bien picadito. Al mismo tiempo puede irse haciendo la bechamel (importantísima la nuez moscada y la pimienta), con mantequilla, harina, y leche, la que admita. Todo lo anterior bastante líquido, para que se hagan bien las placas de lasaña que van directamente al horno. Al sofrito ya solo le faltan las acelgas, que se hacen en nada.

Cuando el sofrito y la bechamel están listas, se van poniendo las capas en la bandeja del horno. Bechamel, placas, sofrito, bechamel, placas, sofrito...hasta arriba. Luego queso rallado y al horno (precalentado diez minutos, a 200º) Media horita más a la misma temperatura, y a disfrutar. Da para cinco, y sale barata.



sábado, 8 de julio de 2017

Duelos son amores

El duelo (dolerse) siempre tiene que ver con el amor. Nos duele que se vaya una persona amada, porque su ausencia nos priva de alguna de las formas en que se manifestaba nuestro amarse, fuera correspondido o no. Y digo alguna, porque evidentemente hay amores que no mueren nunca, incluso aunque la persona se haya ido para siempre, como es el caso de los duelos por fallecimiento. Aunque la persona se vaya, queda amor para rato en su recuerdo.

Los duelos románticos, o afectivo-sexuales, deberían de ser mucho más llevaderos, e incluso pedagógicos, puesto que en cada uno de ellos se plantea si nuestra forma de entender este tipo de relaciones está siendo la más inteligente, es decir, aquella que proporciona lo mejor de cada cual a ambas partes. No se trata de una cuestión mercantilista, no se trata de quién "daba" más o menos, sino de si nos hacíamos daño en los desencuentros, si ese daño tenía arreglo, qué proyecto tenía cada una de las partes, qué motivaciones para estar en la relación. O también, hasta qué punto se podía confiar, hasta qué punto íbamos a encontrar refugio en caso de necesitarlo.

Así que el duelo romántico es siempre un aprendizaje. Lo mejor es que la evaluación final tenga que ver con aquello que se avanza "no estando en la relación". No hace falta pensar mal de la otra persona, ni ponerle calificativos ni descalificativos, es suficiente con llegar a un lugar en el que su "no estar" proporciona más calma que nerviosismo, más ganas que desgana, más inspiración que pasiones prisioneras. Ni siquiera hace falta dejar de quererla, se la puede querer en la distancia, se le puede desear el mayor de los bienes y de las fortunas sin que ello suponga desear, y mucho menos necesitar su presencia. Incluso deseando su "no presencia" puede aplicarse lo anterior.

Nada más lejos de la frialdad. Llegar a esta conclusión es el resultado de haber ensayado todas las posibilidades, haber pensado, recreado y vivido todo lo que daba de sí el amor teniendo en cuenta la disposición de los participantes. Cuando la única salida posible sería una voluntad de cambio que de ninguna manera se produjo, ni tenía atisbos de producirse. En lugar de eso, una y otra vez se producía una repetición de actitudes frustrantes (probablemente por ambas partes, lo que se dice un círculo vicioso) que robaban calma, fuerzas y posibilidades para realizar proyectos de vida que, de seguir en esa dirección, estarían abocados al más estrepitoso de los fracasos. No quiero decir con esto que vayamos a conceptualizar las relaciones en términos de éxito, puesto que de ninguna manera son competiciones, pero sí es cierto que la cuesta abajo emocional como horizonte no resulta nada atractiva.

Una vez esclarecido lo anterior, lo que viene ahora es una celebración de la vida. Para empezar, es una bendición disfrutar de la compañía de las amistades sin tener ciertos temas como centro, no los detalles en sí, sino las consecuencias anímicas de tanto subibaja. Es sorprendentemente agradable observar cómo el espacio mental y emocional que queda libre empieza a ocuparse con actividades que se viven y realizan sin patrones de euforia-tristeza, pero no por ello sin alegría. Muchas veces me he conformado con la euforia como sustituto resignado de la alegría, sin pararme demasiado a pensar lo que estaba sucediendo realmente. Muchas otras veces he justificado esos patrones como paso necesario hacia ideales de estabilidad que no dejaban de ser eso, ideales, y por lo tanto irreales. El idealismo tiene su función cuando es una actividad social, cuando se lucha juntos, no cuando es un autoengaño individual para mantener una situación insostenible.

Durante años escribí sobre este tema alimentando ese autoengaño, de lo que resultó una telenovela cuya escena principal era yo agarrada a un clavo ardiendo mientras le decía (al clavo): "Suéltame, Luis Alfredo, lo nuestro es imposible". Ojo, que donde no había alegría podía haber humor, y muy bueno, tampoco vamos a renegar de él. Claro que yo quería alegría, no solo humor.

Si la persona de quien hablo lee esto, no podría estar más de acuerdo conmigo. Es más, podría aplicar todos mis novedosos descubrimientos a su propia situación, y llegar a conclusiones similares. Con la misma paz y la misma fuerza. Puesto que duelos son amores, deseo que los suyos (duelos y amores) le ofrezcan, al final del mismo proceso, tanta alegría como los míos. Siendo así, habría valido la pena.


lunes, 3 de julio de 2017

Un día sin adicciones

Me desperté con idea de pintar, todo el día, o buena parte. Pero pintar tiene sus riesgos. Tenía pendiente terminar el cuadro "Ramo de novia" ( una parodia expresionista del deseo romántico de "asentarse", una fantasía como otra cualquiera), pero la parte del tul requería una minuciosidad en tiempo y concentración para la que todavía no estoy preparada. Aún así, avancé una hora de tul (La parte blanca, luego le queda la parte beige, para que sea todavía más ñoño y decimonónico).

Me salvaron las ganas de comer, tras lo cual me fui al sofá, a intentar una novela de Almudena Grandes sobre la Guerra Civil. Tampoco.

No pinto, no leo... ¿ansiedad? ¿vacío existencial? NO!! ¿caminar? ¿ver a alguna amiga? SI!!

Salí a las cinco y llego a casa nueve horas después. No estuvo mal.

Para reconciliarme (y él ya sabe de qué hablo) con otro de mis amigos, pongo a La Polla para escribir esta entrada, me como un bocadillo a deshoras ( lo propio de las vacaciones), y afirmo que se va llevando, que una no es superwoman ni falta que hace.

Amigas feministas, poco a poco y con buena letra.
Buenas noches. 

domingo, 2 de julio de 2017

Fuera adicciones

Hablemos de las relaciones adictivas. A estas alturas de mi vida, las únicas palabras que el tema merece son aquellas que ayuden a dejarlas atrás. No voy a recrearme en sus peculiaridades, en sus compensaciones ni en sus explicaciones o justificaciones.

¿Cómo se deja una relación adictiva?

Siendo consciente de que lo es y de que hace daño, de todo lo que roba, porque al final lo más importante es el robo de energía, de ilusiones, de expectativas, de posibilidades, de autoestima. Hablo en términos de propiedad porque la adicción (sea del tipo que sea) parece un fenómeno exclusivamente de consumo, capitalista. Tiene que ver con el fetiche y la acumulación, fantasías profundamente ligadas al capitalismo. Tiene que ver con el desorden y la carencia, con la búsqueda ilusoria de emociones reales y bonitas en los lugares más equivocados. Por supuesto tiene que ver con la ausencia de cuidado y de autocuidado, que se convierten también en fantasías desordenadas.

Ya me lié. Volvamos al factor humano. Nadie es culpable de una relación adictiva, parece que nadie gana absolutamente nada, y que lo que parece ganarse se esfuma en el siguiente infierno, porque el ciclo es repetitivo hasta el aburrimiento. Al final no morimos de desamor en estos saraos, sino de aburrimiento. Ojo, todas las partes, que las relaciones son cosa de dos (como mínimo). Y es el aburrimiento lo que produce la sensación de pérdida de tiempo, de callejón sin salida, de ausencia de alegría.

Entonces, una salida posible es buscar diversión en cualquier otro lugar, diversión de la buena, de la que nos hace sentirnos vivas e irrepetibles, con capacidad continuada de reinvención y de asombro. Es decir, cualquier diversión que no tenga ni por asomo un componente adictivo, que no se asocie ni de lejos con semejante aburrimiento. Entramos en lo que se dice ponerse el chip de que, sólo por pensar y escribir en estos términos, ya estamos escapando de una muerte emocional segura. Hoy por ejemplo tomé el sol con una amiga, dimos un paseo, y luego nos mandamos mensajes planeando pintar juntas mi habitación. Pintarla como aula de pintura. Nos vamos a dormir con cara de bobas felices. ¿Qué tontería, verdad? A veces, no hay como hacerse la tonta para tener sencillas ideas brillantes y llenas de color.

Con el cansancio no iba a escribir nada más por hoy, pero como es cansancio satisfecho de un largo largo paseo (otra idea genial, otra tontería), aún quedan energías para pensar, por ejemplo, que estoy de vacaciones y tengo una lista gigante de actividades que no podía hacer cuando no estaba de vacaciones, y en las que no me podía concentrar por culpa del aburrimiento.

Si estás viviendo una relación adictiva, frivoliza y diviértete. Si te diviertes de verdad, seguro que no echas de menos el aburrimiento. Ahora bien, a veces hace falta un poquito de voluntad para la diversión. Exactamente igual que para el trabajo, para el cuidado, para el estudio, para la pintura, para regar las plantas o para limpiar el baño.

Me estoy poniendo tonta, pero es que la diversión es así, te pinta cara de mema. También me estoy pintando los ojos para salir de noche. Cruzo los dedos para despertarme cada mañana con ese poquito de voluntad que hace falta para no caer en el aburrimiento.

Querido amigo

Estoy enfadada contigo en aquello de ti que me hace daño. Es por eso que no puedo confiar en ti, ni seguir cerca durante un tiempo que imagino largo. Pero eso no es una enmienda a la totalidad, es solo la expresión necesaria y sana de mi dolor. La distancia que necesito para quererte bien, de otra forma, en otro momento y lugar. Y sobre todo, la distancia que necesito para quererme a mí misma de una forma segura, tranquila, sin dependencias ni falsas expectativas. De eso ya he tenido suficiente, y el precio está siendo alto.

Estuve leyendo algunas páginas sobre los tipos de apego, y aunque creo que en ellas hay algunas claves para entendernos a ambos, también es cierto que no dejan de parecerme enfoques individuales de problemas más amplios, de raíces históricas, y sociopolíticas. Somos hijos de una generación que aún vivió una dictatura, y que vivió el tránsito a esta pseudodemocracia, ahora neoliberal, sin que hubiese correspondencia emocional para esa transformación que, como acabo de decir, nunca fue completa. Una generación que nunca encontró reparación para sus heridas, porque no encontró espacio para expresarlas y ponerles nombre. Supongo que hace falta ser activista para establecer este tipo de conexiones, y tú no lo eres. No pasa nada, en mi vida hay muchas personas que no lo son, y nunca he dejado de quererlas por ese motivo.

Imagínate el estilo de apego, a la hora de criar hijos, de una generación así. A veces pienso que nunca terminaremos de entender el verdadero calado de los silencios, la represión de la vulnerabilidad, el autoritarismo como costumbre (y tapadera de demandas que no pueden satisfacerse, sea porque no hay herramientas, sea porque hay problemas percibidos como mucho más importantes, sea simplemente por miedo). Que no lo entendamos no quiere decir que no pese sobre la formación de nuestra personalidad, y, para el caso que nos ocupa, de nuestra forma de querer y relacionarnos con los demás. Es difícil calcular el peso de la desconfianza sistemática, del desprecio a lo que se considera "blando" o, en tus propias palabras, "dramas". Es difícil, también, calcular el daño de ese peso.

Puede que nunca hubieras conocido a alguien como yo, empeñada en trabajar sobre el dolor psíquico, en rodearlo, hacerlo visible y acogerlo para neutralizarlo, para quitarle poder, para poder reírme de él, y por lo tanto de mí misma, en el intento. Entiendo que no podía ser fácil que alguien como tú y alguien como yo llegásemos a construir juntos un apego seguro. Pero aún así, mira la cantidad de esfuerzos que hicimos, que estoy convencida de que no van a caer en saco roto. (No para seguir igual, ni siquiera para seguir juntos, pero por lo menos para hacer mejores versiones de nosotros mismos) Otra cosa es qué hacer con el precio a pagar, cuando es tan alto.

En lo que a mí respecta, voy a llorar todo lo que necesite, porque es la mejor manera de liberar físicamente la carga enorme que me anuda el estómago y el pecho. Empiezo a notar que, efectivamente, son lágrimas de soltar angustia, no de recrearla ni alimentarla. Ya no tienen que ver con la frustración, ni con la búsqueda desesperada de estrategias para mantenerme más tiempo en el mismo sitio. Tampoco son lágrimas románticas de telenovela. No voy a presentarme en tu casa ni hacerte sentir culpable por nada, ya no lo necesito, y perdona si alguna vez, en mi ignorancia, hice esa lectura y actué de esa forma.

Qué fatiga no haberme dado cuenta antes, qué fatiga...

No sé en dónde voy a refugiarme ahora, me gustaría mentirme a mí misma y decirme que no necesito refugio, pero como persona, y por lo tanto intrínsecamente vulnerable, sé que eso no es cierto. Refugio necesitamos siempre, y el mío, el más grande, se fue con mi abuela ("la rosa llora su pena"). Nadie va a quererme tanto como me quería ella ("la rosa sigue llorando"). ¿Ves como el drama no es capricho? Así que voy a empezar por admitir que tengo una pena muy grande, por momentos insondable, en otros momentos atenuada por las alegrías fugaces del placer o el entendimiento cómplice. Desplazada momentáneamente por el trabajo, y ahora por el estudio, que también dan alegrías.

Así que continúo con las alegrías, para mirar hacia adelante caundo se puede, y es el momento de darte de nuevo las gracias por la alegría de la música, que creció exponencialmente con tu apoyo y tus buenos consejos. Y aunque sé que la música no va a resolver nuestra distancia, es mejor contar con ella que no contar, eso siempre, qué te voy a decir que no sepas de este tema, que es uno de tus refugios.

Otra alegría es pintar, un lenguaje importante que permite decir las cosas de forma no categórica, sublimada en fogonazos emocionales que ni yo misma entiendo del todo por más que mire mis cuadros. Dentro de un tiempo indefinido haré una exposición para decir de nuevo, públicamente, que es posible hablar del dolor sin hacer daño, solo acariciando la vista con sugerencias a las que sinceramente espero poder añadir cierta belleza.

El Barroco, ese movimiento artístico que tanto nos gusta, habla fundamentalmente de la vida en toda su complejidad. Desde Haydn hasta Quevedo, la vida se retuerce para gritarla, parodiarla, denunciar su amargura y, en último caso, afirmarla siempre bajo cualquier circunstancia. Querido amigo barroco, cuídate mucho, y ten confianza en que yo también lo haré. Que tenga que ser lejos no significa ya nada malo, solo una necesidad diferente, que sé que comprendes, porque eres inteligentísimo.