jueves, 24 de mayo de 2018

Campeones (Mapas locos VII)

"Campeones" es la película del orgullo emocional. Combatir la opresión con el cine. Tiene tantísimos zascas contra el capacitismo, que me parece imprescindible, obligatoria si queremos pensar seriamente que otros valores son posibles, y sobre todo urgentes y necesarios. La personas con diagnósticos de la llamada discapacidad intelectual están tan fuera del sistema, que sus voces solo pueden aportar lucidez, lucidez, y más lucidez contra la barbarie. Recuerdo que las ganas intensas de verla me vinieron al leer una crítica personal en las redes sociales: una persona con "discapacidad intelectual" había ido a verla y, al salir, dijo algo así como: después de ver esta película me siento orgulloso de ser como soy. Pues eso, corriendo al cine.

Y yo corriendo a dormir. Primera clase de percusión: estoy oxidada pero viva. Efectivamente, estas clases van a devolverme concentración y alegría, todo a la vez. Una depresión es una crisis existencial. Si consigues reorientarte hacia lo que te hace vivir, y no solo sobrevivir, tienes la mitad del camino hecho. Un poquito de disciplina hacia el cuidado y otro poquito de esperanza sin impacienia hacen el resto.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Mapas locos (VI)

Por las mañanas intento concentrarme, aunque solo sea un ratito, en preparar una charla para principios del mes que viene. Una hora es todo lo que consigo, pero una hora es más que nada.

Vuelvo a clases de percusión, después de dos años. Tengo mucha esperanza en esas clases, creo que van a ser buenas para devolverme, al mismo tiempo, concentración y alegría. El sábado, un amigo me invita al ensayo de su grupo de música, para escuchar y jugar un poco con los instrumentos que pueda haber por allí. Y con eso ya tengo suficiente para darle sentido a la semana, además de caminar dos horas cada día, comer bien, y estar con amigas. Actividades sencillas, vividas con tranquilidad, ni más ni menos.

Estoy leyendo, a ratos, un monográfico de la revista feminista La Madeja, titulado "Amores". Me lo regaló una amiga que desde hace mucho tiempo cuida mis amores, o más bien el efecto de los desamores. Hay un artículo en concreto lleno de preguntas, por ejemplo:

¿Qué es tu amor: río, isla, pantano? ¿Qué orillas baña: las de un mundo o las de una isla?
 Quien va contigo ¿es compañía en la ruta o es ruta en sí?
¿Cuánto hay de ti en lo que atribuyes a quienes amas? (Te lo pregunto para bien, te lo pregunto para mal)
¿Con qué derecho amoldas a quien contigo va? ¿Con qué derecho te amoldas a quien contigo va?
¿Te das cuenta de cómo cada paso prueba que los caminos que elegimos, por distintos que puedan parecer en un principio, convergen siempre en similares puntos, parecidos miedos?
¿Por qué conviertes en dogma palabras volanderas?
¿A qué temes cuando supones en vez de preguntar? ¿No te ocurre a veces que la otra persona ni ha empezado a sangrar y ya estás amputando, ya te estás amputando?

Parece hasta posible desincrustar al monstruo a base de preguntas, el monstruo discursivo acelerador de partículas. Y la filosofía como mapa: ¿con qué valores estoy juzgando lo que me pasa?

viernes, 18 de mayo de 2018

Mapas locos (V)

Hacer un mapa loco invoca fantasmas, y eso puede generar inestablilidad. También puede generar euforia, sentirse demasiado liviana a medida que van saliendo opresiones hacia afuera, y confundir esa sensación momentánea de bienestar con algo más duradero. Es lo que me está pasando hoy, además del calor, que me baja la tensión. El realismo puede llegar a ser terapéutico para personas como yo, que nos alimentamos demasiado de la fantasía para sostener ilusiones contra el vacío existencial. Y tampoco pasa nada.

Me salté el yoga como posible herramienta para luchar contra la opresión, algo lógico, porque yo no hago yoga, ni me interesa hacerlo (cada vez menos, de hecho). Pero bueno, hay algo en las disciplinas de conciencia del cuerpo que puede llegar a ser interesante. Ayer caminaba al final de la tarde, pensando en la omnipresente ansiedad estomacal, porque ahí estaba, como siempre estos días. ¿Puede hacerse algo corporal para combatir algo corporal de origen mental o emocional? ¿Desperezar el estómago? ¿Hacerlo bostezar, como si dijésemos? Probé a hacerlo mientras caminaba, y ni tan mal. Me puse tan contenta...pero hoy ya está aquí de nuevo.

A eso me refería, avanzas un poco, llega una pequeña recompensa, y la confundes con algo duradero. En fin, nadie dijo que fuese cosa de un día. Impacientarse también es opresivo. Si por casualidad me veo repitiendo conductas relacionadas con la impaciencia, tenemos fantasma asegurado. Sacar los fantasmas para afuera y mirarles a la cara también es combatir la opresión, y nadie dijo nunca que no fuese a doler.

Si me estanco con esto, será que estoy cerca del centro, y en el centro vive un monstruo lo suficientemente vivo todavía como para alcanzar la categoría de fantasma. Tiene pinta de monstruo discursivo, con un poder pegajoso que ha echado raíces en ese centro al que me estoy acercando. Seguramente despegarlo llevará tiempo, y en ese tiempo convivirán las tareas de limpieza y desincrustación con otras más amables.

Ahora bien, por el camino tengo que tener mucho cuidado de no confundir la necesidad de paciencia con ninguna religión oriental de esas que, al fin y al cabo, aconsejan resignación en lugar de lucha. Hoy tengo la sensación de ir demasiado rápido con los mapas, de que no se asienta casi nada, son más de las diez y tengo que cenar.




jueves, 17 de mayo de 2018

Mapas locos (IV)

¿Me sirve la expresión creativa para enfrentar la opresión?

Depende.

Por ejemplo, pintar puede darme tanto placer y relajación como vértigo. Hay placer en mezclar los colores, mover las manos, conectar lo que pinto con la música que escucho, alejarse y mirar...a ver qué se ve. Tiene mucho de mente en blanco, una parte. La otra es lo que se desvela, como si yo apenas tuviera control sobre lo que pinto, y fuese la pintura la que me lleva a mí. Otro asunto ambiguo es que siempre tiene que haber una motivación emocional para empezar el proceso, algún tipo de confusión que necesita esclarecerse, y eso puede provocarme reacciones emocionales imprevistas: por más dolorosas que sean, si lo son, hay que hacerles sitio y darles sentido.

Bueno, sí, no puede negarse que pintar es una herramienta de reajuste importante, pero hay que ir con cuidado con ella, porque, no siendo yo religiosa, es lo más parecido a un ritual, con un potencial catártico del registro de lo serio, aunque solo sea conmigo misma. Proyectarlo hacia fuera, enseñar el resultado, también es complejo. A veces no sé muy bien qué estoy enseñando, qué están viendo los demás, cómo de transparente o de vulnerable se me está viendo, así que...más riesgo de vértigo.

Conmoción, un lío.

Y claro, que de vez en cuando consiga desenmarañarme revoltijos emocionales es un prodigio de autocuidado. Otro tanto puede decirse de la expresión creativa cuando estoy del otro lado, cuando soy receptora/espectadora, porque puede también tener efectos fuertes. Si total, es todo comunicación, y para nada un asunto sencillo.

Fuera de la pintura está la música, que hoy no toca.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Mapas locos (III)

Hoy cumplo años. Los mensajes de tanta gente linda a la que quiero con todas mis fuerzas abren la mañana. En este ejercicio doloroso y necesario de organizar lo que duele, vamos avanzando. Hoy toca la mejor parte: ¿Cómo enfrentar la opresión?

Amigas, qué sería yo sin las amigas...gracias, gracias, gracias, gracias.

No hago mucho ejercicio, pero me gusta caminar. Estos días siento ansiedad en el estómago en cuanto piso la calle, así que, inconscientemente, intento reducir las horas que paso fuera de casa. Pero aún así salgo, y camino, intento enfrentarme a esa sensación de semiagorafobia, a la que no termino de acostumbrarme. Me encanta bailar, pero no tengo mucho ánimo, y además las horas a las que se baila son prohibitivas para mí estos días. Podría bailar en casa, pero bailar es social, así que será cuestión de paciencia que pueda volver a hacerlo.

Alimentación saludable, sugiere alguien. Siempre disfruté de la comida, pero ahora me cuesta verla  como un placer, así que acabo comiendo cualquier cosa, sobre todo si estoy sola. Me alimento un poco mejor cuando estoy con otras personas, consigo disfrutar un poco de los sabores, porque están asociados a la compañía. Recuerdo que, cuando me cuido de forma natural o decido hacerlo como necesidad imperiosa (como ahora), la comida pasa a un primer plano. Que en el supermercado estos días mi imaginación no vaya más allá de unos huevos o unos botes de tomate para hacer pasta es bastante significativo. Miro la hora y decido parar de escribir y bajar al supermercado. Escribir todo esto no sirve de nada si no desencadena pequeños pasos hacia donde quiero ir.

De vuelta de la tienda de barrio, estoy contenta de haber evitado el supermercado (hubiera comprado porquerías en lata). Tengo comida para hoy y para mañana. Compré setas pensando en hacer mañana arroz para una invitada muy querida que vendrá hoy, que me llama normal con tantísimo cariño. Se merece algo mucho más rico, pero el arroz no me sale mal, y como paso hacia adelante, no es pequeño. Mientras pongo patatas a cocer, descubro en la nevera unas pocas fresas, no en muy buen estado. Decido reciclarlas gracias a mi ritual casi infalible para cocinar cuando no tengo ganas: Buena Vista Social Club, el disco entero. Pero pienso, qué raro que yo deje estropear unas fresas, con lo que me gustan. ¿Cuándo las compré?, no lo recuerdo muy bien...buff. Necesito que me cambien el cerebro actual por el mío de siempre. Mapas locos, compas, tenemos mucho trabajo por delante.

La comida de hoy, un ejemplo de microavance: me senté a la mesa (no comí en el sofá), sin teléfono, sin tele, solo con un poco de música de fondo. Me lo comí despacio, estaba rico, separé las espinas del pescado con calma, me bebí el vaso agua entero (estaba hasta bebiendo poca agua), me tomé el postre. Es raro cuando necesitas energía extra para hacer lo más básico. Pienso en los llamados trastornos de la alimentación, pienso en las compañeras diagnosticadas en ese rango de comportamientos. Me importa un bledo mi peso y, en general, mi imagen física. Los llamados trastornos de la alimentación, obviamente, no tienen que ver con eso, hay océanos de fondo en alimentarse raro, sea poco, mucho, rápido, distraído, o mal. La comida es una forma de relacionarnos con nosotras mismas, y con el mundo también.

Cuidarse es resistir, es luchar contra la opresión de sentir que no puedes, o que ni siquiera te importa. Voy a beber otro vaso de agua. Las fresas estaban pasables, pero comestibles. Ahora me voy un ratito al sofá. Creo que por hoy es suficiente. 

martes, 15 de mayo de 2018

Mapas locos (II)

Me quedé ayer en la autoimagen.

Rebobino: estas entradas, bajo el título "mapas locos", corresponden con un plan serio de autocuidado que quiero hacer público, una decisión consciente que tiene que ver con socializar el sufrimiento. Socializar el sufrimiento permite hacer visibles sentimientos y conductas que no me pasan solo a mí, y que quizás pueda servir a otras personas para identificar su propio sufimiento, la raíz del mismo, y sobre todo las herramientas posibles para manejarlo. Como dijo un grandísimo amigo del activismo en salud mental, el objetivo de nuestra lucha es "que la gente sufra menos", ahí es ná.

Como en la entrada anterior, sigo el mismo proceso. Voy leyendo la imprescindible guía Locura y opresión y, de una forma más libre e impresionista que rigurosa, me va sugiriendo rutas para elaborar mi mapa.

Autoimagen: cuestiono, estos días, mi capacidad para alcanzar metas, porque me siento distante de mí misma, con incertidumbre respecto al futuro. Cada vez que esto pasa, necesito reiniciar la relación conmigo misma. Ayer me sentía incapaz de gestionar heridas del pasado, de evitar el eterno retorno de estas heridas, no solo en forma de recuerdos, sino de adelantarme a heridas futuras, lo cual forma parte del mismo centro de gravitación. (Ayer incapaz, hoy menos incapaz, esto es bueno, significa que el plan, tímidamente, empieza a tener efecto.)

En cuanto a las consecuencias sociales, me preocupan especialmente ciertas reacciones impulsivas que rozan la mala educación, una especie de paranoias emocionales súbitas que me hacen reaccionar con un nivel de franqueza desagradable del que me arrepiento al momento. Las he tenido sobre todo esta última semana. Hay en esto algo bueno, y es esta segunda parte, la del darme cuenta y pedir disculpas a la mayor brevedad posible. Probablemente exagero el impacto hacia el exterior debido, precisamente, a una mayor inseguridad estos días, en general. Las personas con las que me sucede, amigas o familiares de muchísima confianza, le dan muchísima menos importancia que yo misma. No me gusta que me pase esto, porque no es justo para estas personas. Cuidar a los demás es autocuidado también. Con algunas personas, me cuesta sentirme comprendida, quizás por interiorizar su posible capacitismo, lo que hace que me autocensure a la hora de expresar cómo me siento en realidad, doy por supuesto que no van a comprenderme por no haber compartido experiencias de problemas de salud mental. Por otro lado, y esto es tristísimo, cada vez es más difícil que haya personas ajenas a estos problemas, en el grado que sea.

Relacionado también con las consecuencias sociales, y en el terreno concreto de la sexoafectividad, tiendo a poner por delante mi vulnerabilidad, es un mecanismo de defensa, como si quisiera comprobar cuanto antes el grado de capacitismo de la persona con la que estoy hablando. Es confusa esta cuestión, despierta miedos e inseguridades en la otra persona. También es cierto que, cuando del otro lado se percibe aceptación natural, la complicidad se produce rápido, y eso es bueno para cualquier relación, del tipo que sea. Y también puede pasar que, si se produce rechazo, lo asocie inconscientemente a capacitismo, aunque no sea cierto. Es decir, se produce un exceso de percepción aumentada de estar siendo oprimida por el capacitismo. Es molesto, pero también comprensible, afortunadamente recoloco la situación en cuanto puedo, hacia una lectura más justa de la misma.

Hay un apartado en la guía que tiene que ver con la comunidad extendida, es decir, aquella en la que se incluyen tanto otras personas locas como personas no diagnosticadas. Sí que me ha pasado, y más de una vez, tener la necesidad de estar en la comunidad segura. Sin embargo, dependiendo del momento y de lo que necesite expresar, comunidad segura puede ser una o la otra. Es decir, hay veces que necesito estar solo con personas diagnosticadas, o que siento más complicidad, en un grupo, con esas personas que con las otras. Tengo que decir aquí que en general soy una persona muy sociable, sin mayores problemas para relacionarme, hacer nuevas amistades, etc. Estas restricciones en la sociabilidad las noto más cuando estoy en periodos bajos, evidentemente.

En el mundo laboral, al principio sentía pánico de que "me descubriesen", lo cual era un estrés añadido a la novedad y exigencias del propio trabajo. Muy poco a poco, por diversas circunstancias y en diversos momentos, conseguí "salir del armario" con algunas personas, cuya humanidad y sensibilidad me invitaba a hacerlo. Cuando lo hacía, el efecto psicológico era de liberación, de sentirme más segura, de no tener que esconderme (al menos con esas personas), y eso repercutía, para bien, en el desempeño del trabajo, puesto que tenía más energía, y sobre todo la sensación de que el entorno se volvía seguro con esas complicidades. Desde aquí quiero dar las gracias, de todo corazón, a todas y cada una de esas personas, algunas también lectoras de este blog. La liberación tenía que ver también con la visibilización, al menos parcial, de nuestro colectivo en la profesión. Por supuesto, me preocupaba muchísimo, en relación a "ser descubierta", que, si eso sucedía, percibiese en los demás una mirada de suspicacia, como si dijésemos, a la caza del "síntoma". Tengo que decir que esa mirada de suspicacia nunca la percibí, lo cual me dió más confianza en que visibilizar es una apuesta que, aunque dé miedo al principio, vale mucho la pena.

Hasta aquí los efectos de la opresión en diferentes áreas (salud, autoimagen, relaciones sociales, entorno laboral). Aquí me viene perfecto un recordatorio, y es que la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad promueve un desplazamiento conceptual de la discapacidad. Hasta ese momento, la discapacidad se consideraba a la luz del llamado modelo médico-rehabilitador, según el cual las personas con discapacidad (ahora nos gusta más diversidad funcional) teníamos un "defecto" susceptible de ser "reparado" por la tecnología médica. Con el modelo social, la discapacidad se organiza no en torno a la "limitación" individual de la persona, sino a cómo se percibe socialmente, cuáles son las barreras, visibles o invisibles, que la sociedad nos pone. Estas barreras se organizan alrededor del concepto de opresión, que opera, como hemos visto, a muchos niveles (personal, social, laboral, de oportunidades, de relatos, y también de discriminación y violencia).




Mapas locos (I)

Hoy, por fin, me puse con la guía "Locura y opresión", con la intención firme de construir mi propio mapa loco, con toda la calma que me permite mi crisis actual, y con todo el rigor que merece el autocuidado cuando vemos que nos vamos abajo, y cuando sentimos que aquello que tira de nosotros más y más en esa dirección necesita un enfrentamiento sin demoras ni disculpas.

"La opresión son puertas cerradas. Ya sea que yo las cierre porque no puedo lidiar con la circunstancia, o porque alguien o algo más me las cierra a mí"

Partiendo de esta definición tan sencilla, y a la vez tan completa, me propongo hacer primero una lista de lo que ahora mismo me da miedo:

- Escribir una lista pública de lo que me da miedo, sabiendo que este blog puede leerlo cualquiera, incluidas personas de mi entorno laboral. ¿Por qué tengo ese temor? Porque en la sociedad en la que vivo, se considera que una persona con mi diagnóstico no es de fiar. Así de simple, así de terrible, así de opresivo. Sin embargo, mi blog es público desde hace años, cualquiera puede leerlo, cualquiera puede encontrar mi nombre asociado en cualquier búsqueda de internet. He dado charlas sobre el tema, identificándome públicamente con el diagnóstico. ¿Por qué a veces ese temor me paraliza, cuando la mayoría de las veces considero que mis experiencias son un orgullo, por motivos que he explicado más de una vez en este mismo blog? Porque el miedo va y viene, tiene su propia trayectoria, sus momentos, y no siempre tenemos la misma fuerza para enfrentar aquello que tememos. Estos días me siento infinitamente vulnerable, así que abro una sublista para intentar exponer los motivos:

- Estoy de baja laboral. A pesar de que está más que justificada, y de que cualquier otra opción hubera sido un riesgo de empeoramiento de la salud, siento impotencia. Da igual que lleve tres años desempeñando uno de los trabajos considerados más estresantes (lo que quiere decir que, en todo este tiempo, he demostrado que podía), y que en todo ese tiempo haya trabajado con ganas, ilusión, e incluso reconocimiento. Ahora no puedo, así que siento impotencia. Y sobre todo, y ya sé que esto es muy habitual en este tipo de bajas, tengo miedo a no volver a poder.

- No puedo concentrarme para estudiar, habiendo sido siempre buena estudiante, habiendo recurrido al estudio precisamente como terapia en épocas bajas. Estudiar me ha salvado de tantas catástrofes emocionales, que hasta ahora mismo, escribiendo esto, no me había parado a pensar lo catastrófico que me resulta no poder hacerlo en estos momentos.

- Me cuesta muchísimo conciliar el sueño sin pastillas. Hasta ahora, las pastillas eran el comodín de los días difíciles, muy rara vez necesitaba tomarlas más de tres noches seguidas. Esta última temporada, todos los días, y además anda por ahí la idea de que podría necesitarlas también durante el día. Hoy por ejemplo tuve un pico de angustia bastante fuerte, y aunque conseguí no recurrir a ellas, no tengo nada claro que lo consiga otros días.

- Me emociono de forma intensa, sea en forma de euforia o de lágrimas, por los motivos más variados. Al principio hasta era agradable, porque lo asociaba con emociones buenas, de esas que parece que vienen como un clic de sensiblidad extra, y te hacen sentir que no eres una piedra. Pero al mantenerse en el tiempo, empiezo a verlo como algo irregular, que no es propio de mí.

- Me siento sola, aunque sé que no lo estoy. Creo que tiene que ver con la ausencia, esta temporada, de sexoafectividad. Valoro muchísimo la intimidad erótica, y he pagado precios no siempre justos para cuidarla, mantenerla, enriquecerla, para generar en torno a ella vínculos fuertes, bonitos, intensos. Que luego algunos de esos vínculos se desvanezcan o se intoxiquen porque se termina una parte de la relación es algo a lo que no termino de acostumbrarme. Sé que forma parte de la construcción social de la sexoafectividad, pero eso no hace que duela menos. Estos días, en particular, duele muchísimo.

- Me siento cansada, existencialmente hablando. Aunque la baja laboral me permite disponer de tiempo extra, se me escurre sin mayor aprovechamiento, los días pasan rápido y anodinos, otras veces lentos y cargados.

- A lo largo del día, siento ansiedad en el estómago. No en el pecho, porque respiro bien y sé controlar una crisis, así que esa herramienta me permite no tener "crisis de hospital", pero igualmente la ansiedad está ahí, como una inquilina permanente de mi cuerpo. Se me pasa si me río, si me tomo una copa de vino en la tarde-noche, o si hay algún plan que me ilusione.

- Me resuena la palabra "loca", usada contra mí en el pasado de forma activa o pasiva para censurarme, cuestionarme, no cuidarme, ningunearme. Me resuena de forma especialmente dolorosa cuando ha venido de personas que me gustaban, de esa forma sexoafectiva, y con las que siempre he sido clara, honesta y valiente en relación a esa parte de mí. Esto provoca, actualmente, que me autosabotee posibles relaciones, porque, al estar vulnerable, me retraigo enseguida de comportamientos que antes hubiera tenido con alegría. Ahora, esos mismos comportamientos me generan autoestigma, por lo que, o los evito, o pido disculpas si los tengo, generando en la otra persona una sensación de confusión, de dificultad.

- Tengo miedo a empeorar, y tengo pánico absoluto a que ese empeoramiento me lleve a la consulta de un psiquiatra. Ese miedo tiene que ver con el miedo a represalias por mi activismo en favor de los derechos de las personas con diagnósticos. Es un miedo absurdo que a veces tengo ganas de enfrentar haciendo precisamente lo que me da miedo. Pero al mismo tiempo es un miedo legítimo porque he sido  maltratada en la insitución psiquiátrica, y eso deja secuelas, es necesario decirlo. Pero quiero agotar antes todos los demás recursos, y por eso me he decidido a escribir esta entrada.

- Tengo miedo de preocupar a mis amigas y familiares, lo que ha hecho que muchas veces oculte cómo me siento en realidad. Ocultarlo lo agrava, con lo cual no tiene sentido si el objetivo es no preocupar. Creo que es mejor hablarlo con naturalidad. Me gusta muchísimo hablar con una amiga reciente, porque tiene un don especial en su manera de decirme: "es normal que eso te haga sentir mal". Nunca pensé que me gustase tanto que me llamasen"normal".

- Como mujer, me duele todo lo que pasa, lo que me ha pasado a mí, lo que le ha pasado a amigas, lo que pasa cada día a mujeres desconocidas, cuyo dolor se siente escalofriantemente cerca. El impulso actual del movimiento feminista da fuerzas, pero la reacción fascista a nuestros avances da miedo.

- Leo en la guía: "Cumplidos ofensivos reafirman estereotipos sobre mi identidad". A veces, pensando que me hacen un cumplido, alguna persona me ha dicho: "pero si tú no tienes nada, si tú no estás loca, nadie lo diría" Este punto es complejo. Entiendo la buena intención, pero se me transmite el mensaje de que valgo en la medida en que aquello que me hace diferente permanezca oculto a la percepción de los "capaces". En cambio, que se valore la creatividad o el ingenio producto de la "euforia" como algo positivo, pone en valor la diferencia, en lugar de rechazarla como un "síntoma".

- Sigo avanzando en la guía, llego a un apartado titulado "¿De qué forma afecta la opresión a tus sentimientos?", así que me toca un listado de emociones: inquietud, fatiga emocional, tristeza, frustración, impotencia, preocupación, ansiedad, decepción, confusión, rabia, tensión, impaciencia, desilusión, estar a la defensiva.

- Conductas derivadas de la opresión: aislamiento (no siempre quiero estar con gente cuando me pesa todo lo anterior), insomnio, sumisión a los consejos (cuando detecto que no puedo usar mis propias herramientas), colapso emocional, me abandono en el autocuidado, tengo dificultades para expresar mis emociones con personas "no diagnosticadas", búsqueda de cuidado y, al mismo tiempo, rechazo del mismo, sensación de que algunas personas se han agotado de cuidarme, por lo que tiendo a no dar demasiados detalles sobre cómo me encuentro.

Aquí voy a hacer una pausa. Todo lo que estoy escribiendo tiene que ver con lo que he llamado alguna vez el "estrés de las minorías". En otras ocasiones, sobre todo desde que trabajo como profesora, he desplazado todos estos síntomas, me los he negado, me he hecho la fuerte, y los he reservado para los períodos vacacionales. Que tuviera que usar las vacaciones, o al menos una buena parte de ellas para dejar salir la presión, me ha provocado, al mismo tiempo, otros problemas. Uno de esos problemas tuvo que ver con relaciones sentimentales que me resultaron (nos resultaron) muy difíciles: al necesitar el tiempo libre para vivir toda la emoción negativa que no podía permitirme durante el periodo escolar, necesitaba que quien estuviera a mi lado pudiese hacer sitio para esas emociones negativas. El hecho de que no pudieran, o no supieran, o no quisieran, lo hizo más difícil. En lugar de acompañar ese estrés para que pudiera salir y desvanecerse, el estrés aumentaba. Como consecuencia de eso, no descansaba lo necesario en las vacaciones, y la olla seguía cogiendo presión. A veces, el trabajo ha sido la disculpa perfecta para performarme como normal y descansar del estrés vacacional. Así contado parece un galimatías, pero tiene, infelizmente, demasiado sentido.

- ¿De qué forma este estrés de las minorías ha afectado a mi salud y bienestar? A lo largo de todos los años que han pasado desde que tengo el diagnóstico, y siendo más fuertes unos sentimientos que otros según la época, puedo recordar: vergüenza de necesitar tantos cuidados, miedo a necesitar un ingreso (quizás el miedo más grande, que ha condicionado la vivencia de todo este proceso), avalancha de recuerdos tristes, distracción y pérdida de concentración, cambios bruscos de estados de ánimo, dependencia emocional, autonarrativas de excesiva vulnerabilidad, insomnio, angustia súbita (breve pero con picos muy fuertes), abnegación por un concepto equivocado del apoyo mutuo, cansancio existencial con ideas suicidas (suicidio y tentativas descartadas por consideración a todas las personas que amo, que son muchísimas), estado de alerta por tener que vigilar la duración e intensidad de todos y cada uno de estos sentimientos. Cuando empecé a escribir este blog, el miedo a las consecuencias de cuestionar el sistema psiquiátrico y el discurso biologicista me provocó periodos de ideas delirantes, sobre todo los dos primeros años. Ese miedo se fue diluyendo a medida que el activismo tomaba fuerza, y que íbamos encontrando aliadxs entre los propios profesionales, pero nunca se fue del todo.

- Autoimagen: aunque se me ve a menudo como una persona alegre y con la autoestima alta, en realidad esta imagen solo es cierta parcialmente. Es cierto que tengo motivos para estar alegre, y aspectos de mí que me enorgullecen, pero a veces necesito una dosis demasiado alta de egocentrismo para mantener todo eso a flote, demasiada autovigilancia. He desarrollado, por necesidad, una inmunidad tan grande al qué dirán, que a veces me paso de espontánea, confiada, abierta en relación a mis opiniones o modos de vida. La consecuencia es que, cuando pasa un tiempo y a veces las relaciones cambian, toda esa espontaneidad se vuelve contra mí, en forma de críticas, chismorreos, envidias, bla bla bla. Los enfados conmigo misma son ahora menos frecuentes, por suerte, pero tuvieron muchísimo peso en el pasado, llegando a la autolesión. La experiencia dolorosa con estas conductas, la reflexión y el trabajo de autocuidado me han permitido minimizar completamente las autolesiones, aunque es cierto que se han visto sustituidas por una tolerancia demasiado alta a la agresión psicológica que viene de fuera, especialmente en el terreno de la intimidad sexoafectiva. La tolerancia es literal, las permito conscientemente porque entiendo que vienen del dolor y la frustración más que de la maldad. Sin embargo, estos días me estoy dando cuenta de que pesan más de lo que pensaba.

Voy poco a poco, diseñar un mapa loco general no es cosa de un día. 


 




domingo, 13 de mayo de 2018

Pausa y diferencia

A veces me enciendo,
como un fósforo.
Como un fósforo,
puedo encender algo más grande,
o no.
Una vela,
un horno,
un incendio,
hasta un infierno,
con un fósforo,
como cualquiera.

Sólo quería escaparme un poco,
en la pausa,
hacia la diferencia.
Una vela llega lejos con buen viento,
la otra vela.




sábado, 12 de mayo de 2018

La comunicación

En las clases de lengua se nos dice que la comunicación tiene varias funciones:

- La función expresiva: tiene que ver sobre todo con la primera persona gramatical, dicho de otra forma, con el YO (ahí es nada). En épocas de narcisismo e individualismo desenfrenado, no es extraño que se hayan puesto de moda las emociones como centro de todo. Quien quiere pasar desapercibido en este desparrame, oculta sus emociones, mantiene un perfil, digamos, discreto. Claro que ese perfil bajo, en el fondo, no deja de ser un privilegio, y voy adelantando que, como tal, es masculino. La función emotiva, como también se le llama, es central en la poesía. El yo poético es, a todas luces, una categoría literaria presente en la mayor parte de la literatura occidental, no digamos ya a partir del Romanticismo, donde el desparrame emocional alcanza su punto álgido. Pero la poesía es otra cosa, luego vamos con ella.

- La función apelativa, omnipresente en la publicidad, se centra en la segunda persona: TÚ. En el código publicitario (o político), la interpelación despliega todos sus matices. Es la función del poder: ¿Qué quiero de ti? ¿Qué quiero que hagas para mí? ¿De qué forma puedo influir en tu voluntad para mi beneficio? Son maestros de la apelación los líderes de todo tipo de sectas.

- La función representativa, o referencial, sería aquella que se centra en el mensaje, en el contenido. Podríamos decir que, en términos de objetividad, entendida como ausencia de emoción, es la más neutra, la menos personal. Mediante esta función, de lo que se habla es de lo Otro, de lo que no está presente, ni aquí conmigo ni aquí contigo. Se desplaza (al menos en intención) la intersubjetividad en favor de la transmisión de información.

- La función fática asegura la calidad del canal, su perfecto funcionamiento para garantizar que la comunicación se produce sin interferencias ajenas a ella misma. La cobertura, las rayitas azules del guasap, las caras de extrañeza ante la audición deficiente en lugares con ruido, la forma en que miras (o desvías la vista) a alguien que te habla, el lenguaje no verbal, la actitud distraída, todo ello está dando información sobre la calidad del intercambio comunicativo. La mala calidad del canal influye en la elección del mensaje, o en la forma en que va a transmitirse, que al final viene siendo lo mismo, porque a ver quién es el valiente que separa forma y contenido, aspiración tan vana como la de pretender separar la mente del cuerpo. 

- La función poética, o cómo hacer de la comunicación un arte.

- La función metalingüística, o cuando el lenguaje habla de sí mismo. "La paciencia es una virtud, ¡y un sustantivo!" (Bob Esponja).

Hasta aquí, unas pinceladas lingüísticas nada inocentes. Más allá de intereses particulares en las asociaciones y ejemplos que elegí para explicarlas, así nos organizan los libros de texto, a grandes rasgos, el meollo comunicativo.

¿Es posible desentrañar una perspectiva profundamente androcéntrica en el uso y valoración social de estas funciones? Por supuesto, las histéricas somos lo máximo.

¿A qué grupo social se atribuye la centralidad de la emoción y la subjetividad en los procesos comunicativos? ¿Qué grupo social se estereotipa hablando por teléfono? Como si hablar mucho, o hablar mucho de emociones, fuese algo esencialmente femenino, y por supuesto menor, a falta de otros recursos.

¿Qué grupo social se atribuye valor en base a la "reivindicación científica" de la objetividad? Es decir, de la función representativa, es decir, de hablar de lo Otro (de las Otras, de los Otros)?

Probemos con el sexismo de la interpelación: un hombre que interpela convenientemente a las masas es un líder. Una mujer que interpela convenientemente, por ejemplo en el terreno emocional, es una manipuladora.

Se salva la función poética. Lo que no me conmueve no es arte, y allá cada cual con sus cosas.

La reivindicación de la subjetividad libre de comparaciones es feminista hasta la médula. El feminismo que me reconforta defiende la interrelación y la interdependencia, de las personas, pero también de los procesos, de la comunicación, de la forma de hacer política o de la forma de hacer ciencia. Si el cuerpo y la mente no pueden separarse (pese a que el dualismo androcéntrico lleve siglos diciendo lo contrario), ¿cómo va a poder separarse la forma del contenido? ¿o el mensaje del canal? ¿acaso es lo mismo dejar una relación por guasap que hacerlo en persona? Si el canal influye en el mensaje, ¿cómo no influirá en la intersubjetividad, en la calidad de las relaciones entre las personas gramaticales implicadas? ¿en lo que se expresa, y en la forma en que nos sentimos interpeladas?

En el capitalismo de las habilidades sociales, las mujeres ganamos terreno, obviamente. Lástima que el desarrollo de este capitalismo crepuscular haya coincidido con la desvalorización generalizada de la fuerza de trabajo, y con ella, de las trabajadoras. O quizá no es coincidencia. Si no necesitas poner los afectos a trabajar, eres un privilegiado. Pero si lo necesitas, verás hasta que punto estas "habilidades sociales" (que no son otra cosa que un conocimiento elevadísimo de la  interrelación de las funciones del lenguaje, fundamentalmente aplicadas al cuidado, perfiles comerciales a comisión y funciones educativas, remuneradas o no)...cotizan a la baja, cuando cotizan. La cantidad de trabajo que no termina con la jornada laboral asociada a estas habilidades es incalculable, llevarse a casa el peso de cien mil microconflictos intersubjetivos para gestionarlos a velocidades imposibles entre una y otra jornada pesa, y pesa mucho. La relación entre esta variable y el increíble aumento de la depresión en las mujeres es tan cristalina como opaco es su reconocimiento público.

La comunicación, más allá de las clases de lengua, es un asunto de salud pública. A medida que el feminismo siga avanzando, iremos viendo cómo se revaloriza la emoción, ya no asociada a la persuasión de masas o al narcisismo individualista (que es como ahora se lee y se produce, en términos neoliberales)  sino a la cuestión complejísima de la intersubjetividad que lucha por un concepto de interdependencia e interdisciplinaridad libre de objetividades deshumanizadoras ("la objetividad es el nombre que le han puesto los hombres a su propia subjetividad", leí una vez).

Epistemología feminista: Donna Haraway, Carme Adán
Intersubjetividades e interdependencia: Judith Butler
Capitalismo emocional: podemos empezar por aquí






jueves, 10 de mayo de 2018

Sumrrá

La música puede devolver la alegría en un par de horas. Prodigioso.

El sentido del tiempo en la música disuelve cualquier otra concepción del mismo. Desaparece el antes y el después. Da igual si piensas o no mientras sucede, porque en algún momento dejas de hacerlo, y en ese momento eres libre. Si la música no es eso, entonces es otra cosa, no música.

Que la música es un dios, decía Sobrinus en los años 90. Claro que es importante no confundir la música con los músicos, ellos solo son músicos cuando suspenden su pensamiento humano en favor del tiempo absoluto, y con ello el pensamiento ajeno.

Pero yo me enamoro de los músicos, de los humanos, porque lo confundo todo ante el arrebato, y no es cómodo, ni siquiera es real. Cuando ya estoy alienada por la confusión, me agarro y me agarro a mi elección, la defiendo hasta lo indefendible, buceo lo que no está escrito para perdonarme por llevar hasta el final mi defensa a ultranza de los mundos paralelos, o perpendiculares, de las posibilidades infinitas de cualquier persona por el hecho de haber elegido amarla alguna vez. Mi confianza ciega. Mi derrota. ¿Y qué pasa con la derrota? Nada, salvo el tiempo, el otro, el de la vida robada. El otro aquí y ahora de las palabras imposibles, el de los cálculos y los deseos, de las confusiones y los géneros, con sus mochilas cargadas.

Anda, mira, lo que se escribe con alegría.

La música no es terapia, porque su lenguaje está tan alejado de la terapia como lo está un otorrino de un ornitorrinco, a pesar de que pudieran confundirse por resonancias fonéticas en el segundo caso, o publicitarias en el primero.

Le declaré la batalla al miedo. Hace daño, impide avanzar. Y sabes lo que pasa cuando no tienes miedo? No lo sabes, pero al menos te pones en posición de averiguarlo.

lunes, 7 de mayo de 2018

Sin título

Caminando por sitios elevados y accidentados,
zig zag que se mece se merece mente en blanco,
salud para las contingencias de la memoria
y un cuidadoso concepto de lo ex-

 



 


miércoles, 2 de mayo de 2018

Duelo colectivo

Desde que salió la sentencia maldita que describe una violación pero luego no legisla con coherencia a esa descripción...no me encuentro demasiado bien. Al ruido mediático y la lucha incansable en calles, redes sociales, conversaciones, se une lo que estas injusticias remueven por dentro, dentro de una misma.

El dolor de la injusticia de la sentencia se cuela en la cotidianeidad en forma de ansiedad difusa, estado de alerta al volver de noche a casa (da igual si es andando o en bus, también se siente en taxi, o cuando se baja del taxi), que solo cesa un poco cuando entro en casa y cierro con llave. Saludo a mis gatos, me pongo las zapatillas y el pijama, pongo música y puedo ya sentirme mejor.

No es porque antes no sucedieran cosas terribles, siempre han pasado. Pero estos días la hipersensibilidad está amplificada, porque el atentado contra nuestra libertad sexual ha sido tan público, obsceno, institucional..., y como las feministas no renegamos de nuestras emociones, las de estos días son feas, muy feas, y hay que sentirlas y enfrentarlas, mejor en compañía. Se siente impotencia, rabia, ira, desgarro, dolor, paranoia, ansiedad, indefensión, estrés por estado de alerta, desconfianza, insomnio, hipersensibilidad emocional (yo ya he tenido dos reacciones un tanto extrañas, relacionadas con esta hipersensibilidad), sensaciones parecidas a las de un duelo, una especie de estrés postraumático colectivo, porque los síntomas son muy parecidos.

Cada mujer estos días lo experimentará de forma única, con más o menos intensidad, dependiendo también de cuál sea su historia previa de agresiones machistas. Infelizmente, cada una de nosotras tiene sus historias, sí, en plural, por si no llegara con una. No es que vayamos de víctimas, es que nos han agredido más de una vez,.de muchas formas.

A mí no me extrañaría que estos días aumentasen las visitas al médico por alguno de los síntomas que he descrito. Si está pasando, que se sepa, que se hable de cómo lo injusticia empeora la salud.

martes, 1 de mayo de 2018

Cuéntalo

Al final, el problema que verdaderamente escandaliza a los machistas va a ser el de las denuncias falsas, sí, claro. Parece ser el problema mayor de un país en el que 70 hombres al año asesinan a su pareja o ex-pareja, o en el que se denuncia una violación cada ocho horas. Cuando el tonto señala al dedo.

El problema no son exactamente las denuncias falsas, sino más bien la cantidad de veces que las mujeres decidimos no denunciar, si total:
- No van a creerme
- No quiero exponerme a más juicios
- No quiero exponer a mi familia a todo el lío judicial
- No quiero exponer al desgraciado que me hizo daño a una pena de cárcel, si total puedo con el trauma, y no me considero una persona vengativa. (Esta última razón tiene que ver con echarse encima el peso del daño, actitud producto de una educación orientada a culpabilizarnos y/o ser demasiado generosas con quien no lo merece en absoluto)

Ahora mismo, en las redes sociales, miles de mujeres están contando sus historiales de abusos y violencias sexuales en el hastag "cuéntalo", pero los hombres no ven a las mujeres, y mucho menos sus violencias cotidianas porque, sencillamente, no les interesa verlas. Si alguno se asoma, será para alarmarse ante la campaña del "lobby feminista", que ya se escuchan discursos conspiranoicos sobre este supuesto "fenómeno propiciado por el poder para crear una guerra entre sexos". Mirad, os voy a decir una cosa: gracias a pensamientos como los que expresé en el segundo párrafo no están colapsados los juzgados con denuncias contra todo tipo de abusos y violencias, incluidas violaciones.

Otra cuestión interesante: muchos hombres se inquietan y se revuelven a la vista de esta oleada de solidaridad femenina ante abusos, agresiones, o como lo queráis llamar. Lo llaméis como lo llaméis, nosotras somos las que sabemos lo que duele, y somos nosotras las que sabemos lo que sucedió, y cómo lo vivimos.

Recientemente he leído que se aproxima un tipo de terrorismo machista fundamentado en el mal perder, o, dicho de otra manera:
"Tanto los hombres que exhiben su poder dominando cuerpos de mujeres como aquellos que comparten su amargura por no poder acceder a ellas o expresan su resentimiento por las contrapartidas que se les exigen construyen a la mujer como un antagonista en torno al cual generar una identidad"

En lo que a mí respecta, y por un tiempo tranquilo e indefinido, lo mejor que puedo hacer es mantenerme completamente al margen del heteropatriarcado, y no porque tenga miedo o no me gusten los hombres sino porque, simplemente, el esfuerzo que requiere es tan inversamente proporcional a las compensaciones que se obtienen en términos de salud mental, apoyo, alegría, amistad, placer, complicidad... y un largo etcétera que me da una pereza infinita especificar, que no me daría la vida para explicarlo todo con detalle.






" SE ACABÓ"