domingo, 29 de octubre de 2017

En los cuentos de hadas, las princesas nunca tienen amigas

Con todo lo que me queda por disfrutar, la menor de mis preocupaciones debería ser que una relación tóxica me haya hecho estancarme alguna que otra vez. Puesto que resulta enormemente difícil encontrar personas hombres que se comprometan con el cuidado de los otros como base ética, y puesto que esa falta de cuidados saca lo peor de mí, quizás ahora toca mucho mucho pero mucho autocuidado.

A partir de ahora, vendrán una serie de entradas en las que profundizaré sobre ese tema. Me desperté esta mañana con un artículo de Coral Herrera a propósito del difícil arte de querernos a nosotras mismas dentro de una sociedad que no nos quiere, y que por lo tanto nos aboca a consumir para estar "guapas", a rivalizar entre nosotras y a dejarnos atrapar en relaciones de dependencia que poco consuelo pueden ofrecer, precisamente porque es la solución propuesta por el mismo sistema que nos odia sistemáticamente (se llama pariarcado, y nos tiene hartas).

Afortunadamente, existe el feminismo. En los últimos tiempos bálsamo, consuelo y refugio, y también fuerza, creatividad, alegría y valor. El feminismo siempre está ahí, encarnado en los abrazos   de mis amigas, en su escucha generosa, en los cuidados como principio y en la lucidez de llamar a las cosas por su nombre. Porque no solo duelen los golpes, y porque no solo duele el daño recibido. También duele mucho, y agota, el desgaste de defenderse una y otra vez, de comprobar cómo, ante una relación que es como una serpiente oscura y pegajosa, yo también me vuelvo serpiente, y enveneno. Es un precio muy alto para el ridículo tamaño de las migajas de lo que sale bien.

                                                
                                                                     .....

(Es la primera vez que hago esto, pero he decidido eliminar el último párrafo, y sustituirlo por este, por respeto a una persona que vale mucho la pena aunque no sea perfecta. Que vale mucho la pena precisamente por eso. A la que siempre le he deseado lo mejor, aunque no coincidiese con lo que deseaba yo)

sábado, 28 de octubre de 2017

Las niñas prodigio

Ante la duda y la zozobra, la biblioteca. Las mujeres que leen son peligrosas, y yo necesito armas por si se declara una guerra. Encuentro, o el libro me encuentra a mí, "Las niñas prodigio", de Sabina Urraca (ante la duda y la zozobra, en vena y sin anestesia).

Sabina Urraca me abraza con su escritura feminista autoparódica, y mientras cuenta cómo se sintió de todo menos poética el día que la invitaron a presenciar un parto natural, con su sangre, su caca y su susto... rompo a reír a carcajadas, sin freno, sin mañana, sin tiempo y sin espacio. Me río con la generosidad que regala Sabina compartiendo conmigo el reírse de sí misma, me río con ella en un acto de agradecimiento infinito, a ella y a todas las mujeres que con su ejemplo nos invitan a ser nosotras mismas. Una risa peligrosa, sin permiso ni perdón (en Halloween me disfrazo de escritora, que al parecer da muchísimo miedo)

Ese día empecé a dejar de quererlo. Estaba a mi lado y le molestó mi risa. "Histriónica", dijo. Luego vinieron los silencios violentos, esos con los que los hombres perfectos castigan a las niñas malas, a las que se ríen fuerte, a las que eructan en cualquier sitio, a las que tienen cuerpo y lo disfrutan. Mi cuerpo que ríe, que gime, que se enfada, que teclea con furia guasaps de autodefensa, que sabe hacer de todo menos olvidar a tiempo a quien le hace perder el tiempo. Mi cuerpo que se encariña y se pierde por esos senderos de escondrijo y matorral, de montañas rusas, de despertares tristes y euforias tan efímeras como el valor de sus palabras de amor.

Esta vez no hay grandes decisiones, no quiero decepcionarme a mí misma confundiendo marañas con etapas vitales. Hay un continuo de inestabilidad emocional que se circunscribe al otro como ilusión erótica. Fuera de ahí, todo lo demás es llevadero, agradable incluso. Hemos construido relaciones bonitas con amigas y amigos, playas paradisíacas donde nada ni nadie puede hacerme daño de verdad. Esa es mi fuerza, y esa fuerza siempre ha estado ahí. Aprendí de mis amigos gays primero, y de otras tantas amigas del activismo en salud mental y feminista después, la importancia de la amistad como resistencia, como espacio de vidas que importan. (Que mi vida no te importe dice mucho más de ti que de mí). Aprendí el valor del drama para desdramatizar, ahí es nada.

Esta vez no voy a enfadarme conmigo misma, ni con nadie. Me deslizaré tranquila por lo cotidiano, por lo intrascendente. Desde esta orilla contemplo la intensidad como algo que le pasa a los demás, mientras voy reuniendo motivos y razones que justifiquen abrirle la puerta de nuevo a cierta clase de vértigo, con menos prisa que un oso panda masticando una hoja de bambú a la hora de la siesta.