sábado, 14 de julio de 2018

Ensayo sobre el ensayo.

Esquizoqué es un ensayo gordo, de más de setecientas páginas, escrito a lo largo de ocho años. Es un ensayo autoetnográfico en el que exploro, de una forma completamente subjetiva, las distintas tribus en las que me muevo. La tribu esquizo, la tribu racionalista, la tribu de las escritoras malditas, la tribu de los corazones rotos y su arsenal de tiritas y mejunges, la tribu de las envenenadas por la música, y la de las que no saben muy bien qué hacer con la rabia, es decir, la tribu feminista.

La tribu de las que se deprimen, de las que ya no se autolesionan a la manera clásica, pero que siguen autolesionándose de formas sutiles, psicológicas, relacionales. Yo solo quiero estar en la tribu de las alegres, pero estaría en la tribu de las ingenuas si pensase que la alegría va a durar más que unos cuantos fogonazos por aquí y por allá.

El primer año de esquizoqué quería derribar el mito de la esquizofrenia como enfermedad crónica e incurable, quería devolver la dignidad a las experiencias y sensaciones que llevan a la psiquiatría a catalogarnos como locas. Si quería demostrar que la esquizofrenia no era incurable, tenía que curarme. Pero curarme sería demostrar que tenía "algo" de lo que curarme. Así que no se trataba de eso, sino de recuperar el control de mi mente, neutralizar las profecías, externas e internas, que decían que era algo fuera de mi control. Quería abofetear el biologicismo, saber qué hacer con la rabia de que nos reduzcan a impulsos bioquímicos ajenos a nuestra voluntad. Quería ser feminista con la locura y sus relatos, igual que ya lo era con la feminidad y sus relatos.

La "esquizofrenia" se fue con el rabo entre las piernas, con todos sus relatos puestos del revés. De alguna forma, sus regalos de intensidad vitalista, a la vez extremos y desordenados, dejaron un vacío que quise llenar con experiencias interpersonales. Y al fracasar algunas de ellas, vino otro vacío, con otra forma, la más terrible de todas: lo que llaman depresión, o tristeza pegajosa. Peligrosísima, porque te lo quita todo, durante mucho tiempo. Pueden pasar años pensando que estás algo cansada o algo aburrida, o algo triste, alternando una justificación con otra. Hasta que abres el melón y la miras de frente, sin excusas pero también sin patologizaciones, pueden pasar años. Años...años...da muchísimo pánico pensarlo. Quizá por eso cuesta tanto abrir ese melón.

Cuando abres el melón, ves un mapa lleno de pantanos, con playas minúsculas que pasan desapercibidas si no pones una lupa de aumento. Despegarse la tristeza es localizar con lupa las playas en el mapa, buscar playas nuevas, centrarse en todas ellas y regarlas como si fueran un jardín absolutamente frágil. Regar puede ser una actividad monótona y cansada, repetida en su cotidianeidad, pero absolutamente necesaria si quieres mantener vivo ese jardín. Soy un jardín extremadamente frágil, con todo por hacer, y ese es el punto de partida.

Regando se oye
el burbujear del agua
al hacerse barro.

Me hago barro cuando el riego consigue formar una pasta modelable, y entonces me felicito con alivio por estar siempre del lado del constructivismo social. Saber que puedo hacer algo con mis relatos y mis circunstancias, y que ese algo se construye con las demás, es la herramienta central para construir un mapa nuevo. "Convalecer" de la tristeza pegajosa es hacer este trabajo. El ensayo sobre la tristeza, el cansancio, la apatía, la decepción y el aburrimiento tiene ya unas cuantas páginas.

Termino con una frase de Amparo Tomé, que quiero llevar puesta todo el rato: "Casi nada me da igual porque yo estoy comprometida con la vida"


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