lunes, 2 de julio de 2018

El insecto de la ira

Por suerte no me ha picado.

El insecto de la ira inyecta miedos permanentes basados en prejuicios morales inamovibles sobre un determinado concepto de la normalidad. El esfuerzo para protegerlos y no querer mirar más allá de ellos choca con un mundo cambiante que mueve los marcos sin pedir permiso ni pedir perdón. El choque es violentísimo y su estrategia tiende a la autoconservación. La consecuencia es el desprecio hacia quien es diferente, desprecio difícil de separar del odio. No ajeno tampoco a los sentimientos humanos más universales, estos sentimientos pueden vivirse con un nivel de angustia paralizante y desequilibrado, autodestructivo en algunas de sus manifestaciones. En otras, simplemente, se tiende a querer destruir aquello que se teme, aquello que no se entiende, aunque sea lo mismo que parece, en ciertas ocasiones, querer amarse. Inconscientemente, aquello que se envidia. Nada más lejos de la calma y la alegría. Cuidado, mucho cuidado con el insecto de la ira. El antídoto para su picadura es la voluntad de empatía, que a menudo es difícil de adquirir en solitario. Cuestión espinosa, teniendo en cuenta que el afectado desarrolla un panorama que lo empuja al aislamiento, durante el cual no es de extrañar que se produzca la retroalimentación de lo inflamado por la picadura.

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