sábado, 12 de mayo de 2018

La comunicación

En las clases de lengua se nos dice que la comunicación tiene varias funciones:

- La función expresiva: tiene que ver sobre todo con la primera persona gramatical, dicho de otra forma, con el YO (ahí es nada). En épocas de narcisismo e individualismo desenfrenado, no es extraño que se hayan puesto de moda las emociones como centro de todo. Quien quiere pasar desapercibido en este desparrame, oculta sus emociones, mantiene un perfil, digamos, discreto. Claro que ese perfil bajo, en el fondo, no deja de ser un privilegio, y voy adelantando que, como tal, es masculino. La función emotiva, como también se le llama, es central en la poesía. El yo poético es, a todas luces, una categoría literaria presente en la mayor parte de la literatura occidental, no digamos ya a partir del Romanticismo, donde el desparrame emocional alcanza su punto álgido. Pero la poesía es otra cosa, luego vamos con ella.

- La función apelativa, omnipresente en la publicidad, se centra en la segunda persona: TÚ. En el código publicitario (o político), la interpelación despliega todos sus matices. Es la función del poder: ¿Qué quiero de ti? ¿Qué quiero que hagas para mí? ¿De qué forma puedo influir en tu voluntad para mi beneficio? Son maestros de la apelación los líderes de todo tipo de sectas.

- La función representativa, o referencial, sería aquella que se centra en el mensaje, en el contenido. Podríamos decir que, en términos de objetividad, entendida como ausencia de emoción, es la más neutra, la menos personal. Mediante esta función, de lo que se habla es de lo Otro, de lo que no está presente, ni aquí conmigo ni aquí contigo. Se desplaza (al menos en intención) la intersubjetividad en favor de la transmisión de información.

- La función fática asegura la calidad del canal, su perfecto funcionamiento para garantizar que la comunicación se produce sin interferencias ajenas a ella misma. La cobertura, las rayitas azules del guasap, las caras de extrañeza ante la audición deficiente en lugares con ruido, la forma en que miras (o desvías la vista) a alguien que te habla, el lenguaje no verbal, la actitud distraída, todo ello está dando información sobre la calidad del intercambio comunicativo. La mala calidad del canal influye en la elección del mensaje, o en la forma en que va a transmitirse, que al final viene siendo lo mismo, porque a ver quién es el valiente que separa forma y contenido, aspiración tan vana como la de pretender separar la mente del cuerpo. 

- La función poética, o cómo hacer de la comunicación un arte.

- La función metalingüística, o cuando el lenguaje habla de sí mismo. "La paciencia es una virtud, ¡y un sustantivo!" (Bob Esponja).

Hasta aquí, unas pinceladas lingüísticas nada inocentes. Más allá de intereses particulares en las asociaciones y ejemplos que elegí para explicarlas, así nos organizan los libros de texto, a grandes rasgos, el meollo comunicativo.

¿Es posible desentrañar una perspectiva profundamente androcéntrica en el uso y valoración social de estas funciones? Por supuesto, las histéricas somos lo máximo.

¿A qué grupo social se atribuye la centralidad de la emoción y la subjetividad en los procesos comunicativos? ¿Qué grupo social se estereotipa hablando por teléfono? Como si hablar mucho, o hablar mucho de emociones, fuese algo esencialmente femenino, y por supuesto menor, a falta de otros recursos.

¿Qué grupo social se atribuye valor en base a la "reivindicación científica" de la objetividad? Es decir, de la función representativa, es decir, de hablar de lo Otro (de las Otras, de los Otros)?

Probemos con el sexismo de la interpelación: un hombre que interpela convenientemente a las masas es un líder. Una mujer que interpela convenientemente, por ejemplo en el terreno emocional, es una manipuladora.

Se salva la función poética. Lo que no me conmueve no es arte, y allá cada cual con sus cosas.

La reivindicación de la subjetividad libre de comparaciones es feminista hasta la médula. El feminismo que me reconforta defiende la interrelación y la interdependencia, de las personas, pero también de los procesos, de la comunicación, de la forma de hacer política o de la forma de hacer ciencia. Si el cuerpo y la mente no pueden separarse (pese a que el dualismo androcéntrico lleve siglos diciendo lo contrario), ¿cómo va a poder separarse la forma del contenido? ¿o el mensaje del canal? ¿acaso es lo mismo dejar una relación por guasap que hacerlo en persona? Si el canal influye en el mensaje, ¿cómo no influirá en la intersubjetividad, en la calidad de las relaciones entre las personas gramaticales implicadas? ¿en lo que se expresa, y en la forma en que nos sentimos interpeladas?

En el capitalismo de las habilidades sociales, las mujeres ganamos terreno, obviamente. Lástima que el desarrollo de este capitalismo crepuscular haya coincidido con la desvalorización generalizada de la fuerza de trabajo, y con ella, de las trabajadoras. O quizá no es coincidencia. Si no necesitas poner los afectos a trabajar, eres un privilegiado. Pero si lo necesitas, verás hasta que punto estas "habilidades sociales" (que no son otra cosa que un conocimiento elevadísimo de la  interrelación de las funciones del lenguaje, fundamentalmente aplicadas al cuidado, perfiles comerciales a comisión y funciones educativas, remuneradas o no)...cotizan a la baja, cuando cotizan. La cantidad de trabajo que no termina con la jornada laboral asociada a estas habilidades es incalculable, llevarse a casa el peso de cien mil microconflictos intersubjetivos para gestionarlos a velocidades imposibles entre una y otra jornada pesa, y pesa mucho. La relación entre esta variable y el increíble aumento de la depresión en las mujeres es tan cristalina como opaco es su reconocimiento público.

La comunicación, más allá de las clases de lengua, es un asunto de salud pública. A medida que el feminismo siga avanzando, iremos viendo cómo se revaloriza la emoción, ya no asociada a la persuasión de masas o al narcisismo individualista (que es como ahora se lee y se produce, en términos neoliberales)  sino a la cuestión complejísima de la intersubjetividad que lucha por un concepto de interdependencia e interdisciplinaridad libre de objetividades deshumanizadoras ("la objetividad es el nombre que le han puesto los hombres a su propia subjetividad", leí una vez).

Epistemología feminista: Donna Haraway, Carme Adán
Intersubjetividades e interdependencia: Judith Butler
Capitalismo emocional: podemos empezar por aquí






4 comentarios:

  1. Estuve leyendo un libro de la Mary Beard que sirve de respaldo histórico para lo que dices.

    "Mujeres y poder; un manifiesto".

    Me ha encantado leerla pues echar luces sobre la historia clásica desde una perspectiva feminista amplía la comprensión de la situación actual. Encima, han traducido La Odisea (primera vez traducida por una mujer) y nuevamente ocurre lo mismo.

    A por esos libros, Paula.

    ¡Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Rodrigo! Claro, intentaré leerlo. Me hace especial ilusión que te haya gustado esta entrada, un poco desparramada, sinceramente. Saludos!

    ResponderEliminar
  3. Paula, estoy desde hace mucho leyéndote y admirando tu pluma.

    Que nada te detenga.

    R.

    ResponderEliminar
  4. Me detienen muchas cosas...hasta que pierdo el miedo y despego otra vez. Y así siempre, desde hace muchos años. Es un placer contar contigo en este espacio, gracias!

    Que nada te detenga tampoco a ti

    Paula

    ResponderEliminar