Para alguien con tendencias deliroides, véase yo misma, lo de esta semana ha estado a punto de dejarme para el arrastre. Tres días encerrada en casa, con dolores menstruales, hormonas menstruales de las que no son chachi pirulis y tiempo completo de conexión a canales internacionales de noticias, desde las cercanas a las marcianas, en un saloncito pequeño y no demasiado iluminado (también es una metáfora), pues...tela marinera. Desactivando psicosis a cascoporro, como diría Jesús, en tiempo real. No porque no haya motivos y yo esté loquita, sino porque, precisamente, a la que está cayendo no hace falta añadirle imaginación ni modos de procesamiento inconscientes, es una mierda y punto pelota.
La realidad es fría y prosaica.
¿Me voy o me quedo?
Quiero a demasiadas personas como para viajar y preocuparlas, y está el tema de la radio, de la visita de nuestros amigos, del trabajo... Me viene fatal ahora mismo, qué le vamos a hacer.
Qué le vamos a hacer. Intentar dormir bien, mantener un horario sin demasiado desfase, compartir miedos, dudas, y cabreos, volver en mí cuando me voy y contarlo por aquí por si a alguien le apetece leerlo. En el cielo hay una luna gigante, y el anticiclón ya se empieza a notar, dentro de poco los días serán más largos y yo estaré todo lo ocupada que me proponga, por si no fuese suficiente. Todo eso me hace relacionarme con muchas y diferentes personas, y no conozco terapia mejor. Porque terapia, lo que se dice terapia de este tipo, la necesito todos los días, por si acaso.
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