miércoles, 21 de marzo de 2018

Arte y psicosis

El arte ayuda a vivir. A veces, la vida no es amable, y el arte resultante tampoco lo es. Pero estaríamos peor sin él, me parece.

El arte implica riesgos emocionales, de manera que puede ser demoledor en momentos flojos. Una puede refugiarse en el arte para evadirse de la realidad, pero también puede renunciar a él por miedo a la desnudez emocional. A veces no se lee nada o, peor aún, no se escucha música, o no se hace, porque estar en contacto con ella duele. Su capacidad para pulsar teclas recónditas es tan misteriosamente asombrosa que duele reconocerlo. Pero el arte puede, en determinados momentos, hacer el clic necesario y justo para salir de un bloqueo, o al menos para sobrellevarlo. Pero sobre todo, para tomar distancia en la paradoja de la conexión vida-mente de la que supuestamente estamos huyendo cuando los problemas de salud mental golpean fuerte. Si la locura es huida de la realidad, el arte funciona a la vez como paisaje de destino y como billete de vuelta.

El psicólogo Richard Bentall, uno de los coautores del clásico de la psicología crítica "Modelos de locura", dijo una vez que una persona psicótica no se comporta como una persona psicótica en un museo. Bueno, ejem, primero habría que empezar por definir psicosis, y bla bla bla, pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino del significado personal de esta afirmación. Es decir, del significado que ha tenido para mí, una vez que he vivido esa experiencia, la de "estar psicótica" en un museo.

El concepto griego de catarsis alcanza su mayor apogeo significativo y experiencial justo en esa combinación: psicosis+museo. Donde dice museo puede ponerse, por ejemplo, "Variaciones Goldberg", para explicarnos. ¿Qué sucede entonces? En mi humilde opinión, sucede la comunicación más íntima y directa con la función "primitiva" o "mágica" del arte, tal y como lo explicaban los griegos. Lo escribo ahora con la distancia de más de una década en relación a esa experiencia, por lo que no sé si seré capaz de recrear esa conexión con palabras "racionales". Pero voy a intentarlo.

Pongo el ejemplo de la pintura. Entro en el museo y estoy sola, todas las obras me hablan a mí, y solo a mí. No sé lo que dicen, apenas hay nada inteligible en ellas. ¡Exacto! Es justo eso, porque no hay nada inteligible en mí, por lo tanto ellas, las obras, son como yo. Ahí está la conexión. Los cuadros son símbolos a descifrar, crípticos y magnéticos. Apenas consigo hilar algunas impresiones confusas, de ellos o de mí, pero estoy más presente que nunca en esa confusión. Aquello que esos cuadros tengan de hermético, me agarra. Sea lo que sea. Ahora puedo decirlo en palabras: el color extraño de la nube de la izquierda, las formas geométricas que bailan con vida propia, el enigma en la mirada de cualquier personaje, el fondo de un sombrero que parece esconder algo, todo es reflejo de la misma confusión. Da igual si es abstracto o figurativo, esconden algo, abren hipótesis, me agarran. Cuentan una historia poliédrica e inacabada, el eco perfecto de mi narrativa ausente. Técnicas narrativas vanguardistas, experimentales. Donde había una persona perdida, hay ahora una crítica de arte que va por libre. Había entonces, quiero decir. Pero la palabra libre la dejamos como está. Una crítica de arte experimental, mimetizada con el mayor de los misterios (para las ciencias psi, la psicosis sigue siendo la piedra filosofal de la disciplina, el caballo de batalla, la bestia negra de la psiquiatría). ¿Cómo se va a llegar al misterio desde la razón científica?

Probemos con el arte, nos va la salud en ello.

2 comentarios:

  1. "...Y por cima de mi despertar, en una despedida de otra cosa cualquiera, los ojos tristes de la vida toda, desde esta oleografía que contemplamos a distancia, me miran como si yo supiese de Dios. El grabado tiene un calendario en la base. Está enmarcado, por arriba y por abajo, por dos listones negros de una convexidad pintada malamente. Entre lo alto y lo bajo de lo suyo definitivo, por sobre 1929 con viñeta obsoletamente caligráfica que cubre el inevitable primero de Enero, los ojos tristes me sonríen irónicamente.
    Es curioso de dónde, al final, conocía yo la figura. En la oficina hay, en el rincón del fondo, un calendario idéntico que he visto muchas veces. Pero debido a un misterio, oleográfico o mío, la idéntica de la oficina no tiene ojos de pena. Es sólo una oleografía. (Es de un papel que brilla y que duerme por cima de la cabeza del Alves zurdo su vivir de esbatimento).
    Quiero sonreirme de todo esto, pero siento un gran malestar. Siento un frío de enfermedad súbita en el alma. No tengo fuerzas para rebelarme contra este absurdo. ¿A qué ventana hacia qué secreto de Dios me arrimaría yo sin querer? ¿Para dónde da el escaparate del vano de la escalera? ¿Qué ojos me miraban en la oleografía? Estoy casi temblando. Alzo involuntariamente los ojos hacia el rincón distante de la oficina donde está la verdadera oleografía. Estoy elevando los ojos hacia ella constantemente."

    Fragmento de "el libro del desasosiego" de Fernando Pessoa.

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  2. Rodrigo, gracias. Muy bien traído el fragmento. Un abrazo!

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