El deliro es, en cierto modo, una forma de precio que la inteligencia situada debe pagar. No me refiero con inteligencia a ninguna categoría cuantitativa, nada medible en coeficientes, ni siquiera en áreas de conocimiento. Decir inteligencia situada implica considerar la categoría inteligencia en función de un determinado punto de vista, aquel que se origina desde la posición del sujeto en un determinado contexto, y la relación inter-contextos, o dicho de otra manera, la relación del contexto del sujeto con otros contextos posibles, en función de múltiples coordenadas.
En tanto el delirio, ateniéndonos a la etimología de la palabra, es un "salirse del surco", la expresión inteligencia situada se refiere también a la situación subjetiva en relación a dicho surco. Es decir, la posición del sujeto ante la norma, o el distanciamiento del sujeto de la normopatía, por hacer un guiño a lxs compañerxs de Radio Nikosia. La distancia en relación al surco genera un tipo específico de conocimiento, aunque sea conocimiento estigmatizado, o simplemente incomprendido en términos de comprensión normativa. De lo que signifique o no comprensión normativa no puedo pronunciarme, es un asunto para reflexionar a nivel individual, tiene que ver con los sesgos (no siempre conscientes) que se activan en cualquier experiencia de conocimiento. El conocimiento normativo, lo que quiera que signifique, no está en absoluto exento de sesgos o condicionantes, esto es, de puntos de vista que se re-presentan como universales. La normopatía (por seguir con el juego contra-patologizador) se constituye a partir de múltiples y constantes apropiaciones de la universalidad como propiedad privada, y privativa, de un punto de vista en detrimento de otros, a los que se desplaza como "sesgados", produciendo la ilusión de la existencia de un tipo de conocimiento no sesgado, aquel que se valida como correcto frente a los demás, y que constituye el paradigma llamado universal.
Distanciarse del paradigma autoproclamado universal implica una carga de sufrimiento que se conoce como "trastorno", y este trastorno sólo puede entenderse en función de la distancia con la norma, distancia que se acrecienta o se acorta con criterios socio-políticos. Piénsese, por ejemplo, lo que sucedió con la homosexualidad, y más recientemente con la transexualidad. Los procesos de despatologización de ambos "trastornos" (utilizo esta terminología sólamente para llamar la atención sobre lo que hoy nos parece un absurdo) tuvieron lugar no porque se hubiese hallado una supuesta "cura" para ellos, sino porque la "cura" (dejar de experimentarlos como tales) consistía precisamente en no valorarlos como tales. Es sabido que la homofobia y la transfobia no se erradicaron por el simple hecho de dejar de considerarlos trastornos, pero sí es cierto que la despatologización supuso una victoria de la lógica de la sociología y el activismo político por encima de la lógica psiquiatrizadora. Hoy en día, el movimiento LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales)es una cultura productora de conocimiento propio, (y generadora de derechos, también), un punto de vista que analiza la realidad desde unas coordenadas muy concretas, y cuyos análisis sobre la norma y su delirare tienen la profundidad, y la fuerza, que otorga haber pagado el precio que pagaron, precio medido simultáneamente en sufrimiento y voluntad de apartarse de él con sus propios criterios de autovaloración de las experiencias extra-normativas.
Lo que más me interesa de la reflexión de hoy es la conciencia dormida sobre los sesgos que encierra el conocimiento llamado universal, y de cómo la propia noción de universal encierra en sí misma una voluntad de dominio de un tipo de saber que sólo puede hacerse a costa de la desigualdad y exclusión, cuando no exterminio, del resto de saberes. El saber delirante no sufre tanto por delirante(que también) como por la valoración externa, patologizadora, que de él se hace. Cuando con la mejor de las intenciones instamos a alguien a que tenga "conciencia de enfermedad", no lo hacemos tanto por invalidar su discurso como para protegerlo de quien podría invalidarlo, ahí afuera, con peores modos. La lucha de los delirantes con los delirios de los demás tiene su punto central en el fortalecimiento de las estrategias de autoconciencia y autogestión, para salvarlos de estrategias de control externo mucho más agresivas, a la vez que se lucha, también, para que estas estrategias agresivas dejen de serlo, por la vía del reconocimiento de la igualdad de derechos para todas las personas sin distinción. La universalidad de los derechos, por cierto, también está llena de sesgos.
"Distanciarse del paradigma autoproclamado universal implica una carga de sufrimiento ...", es lo que tiene ser la oveja negra de cualquier rebaño.
ResponderEliminarPero algo hemos avanzado: todo lo más, al profanador de la versión oficial se le pueden quemar algunas neuronas, ya no los llevamos a la hoguera ...
venga que te encuentro demasiado seria !!
un abrazo,
...y a ti con pocas ganas, jajaja
ResponderEliminarUn abrazo!
(Paula)
Pues a mi me ha encantado!! Per treures el barret!! (para quitarse el sombrero, vamos...)
ResponderEliminarLa verdad que me queda poco que añadir... Quizás sólo plasmar ese sentimiento mezcla de rabia y resignación cuando compruebo que en esa lucha se priorizan también las diferencias y los sesgos (inter pares) y se hace tan cansino llegar a un puto acuerdo. Los egos se sitúan demasiadas veces por delante de los objetivos y así es muy difícil tirar palante en la lucha.
Abrazos!!