jueves, 27 de mayo de 2010

El derecho a la locura

Hace poco, en mis habituales y constantes búsquedas por la red, encontré un vídeo de Eduardo Galeano titulado "El derecho al delirio". Ilusionada por encontrar simpatías en quien ya me era simpático de antes, le eché un vistazo. Hablaba del delirio en un sentido poético, metafórico, y también político, hablaba en cierto modo de un delirio sostenible, para entendernos. Era bonito que recurriese a ese término, tan connotado entre nosotros, para hablar, una vez más, de la utopía. Y qué será entonces la utopía sino delirio, pues poco se parece ya a las razones que gobiernan este mundo.

Y lo que no es razón ¿es locura?.

La razón tiene sus templos, en los que rezo más de una vez, y de dos, aunque sólamente sea para obtener ciertas ventajas en mi paso por la tierra como cuerpo pensante o mente corpórea. Pero con la razón no puedo, ni quiero, dar cuenta de todo. No es suficiente. No me compensa.

Lo contrario de la razón no es el delirio,tampoco es la irracionalidad. Y es que la razón no tiene contrarios, sino compañeros, con mayor o menor afinidad, según los casos. La obsesión estructuralista, que aún perdura, pretende organizar el mundo en oposiciones de contrarios, en dualidades que beben en fuentes bíblicas, pasadas por el tamiz del positivismo científico. No hace falta poner ejemplos.

Una de mis humanidades preferidas, la lingüística, estuvo sujeta también a la pesadilla estructuralista (¿estuvo?) Con la lingúística del texto,las posibilidades se abrieron en racimo, y se iluminó (otra vez) todo un universo de planos e interdependencias, de unidades de diferentes subsistemas cuya razón de ser no era tanto ellas mismas, como las relaciones que mantenían. Relaciones con otras unidades, pero también con los agentes de la comunicación, con sus universos compartidos, con los problemas que derivan de no compartirlos... Tal complejidad de relaciones no puede reducirse a meras oposiciones duales. La lingüística, como su objeto de estudio, no es computacional, como tampoco lo es una persona. (De ahí que los traductores informáticos no acaben de hacerlo bien, por más sofisticados que sean)

Con este criterio relacional, la lingüística deja de ser exacta, o de pretenderlo, y se hace más humana, más aún. Y quizá más ciencia, por eso mismo. Más de una vez, la intuición ha venido en auxilio de la ciencia, como atajo, paradoja o cortafuegos. Un positivista diría que la intuición no es más que experiencia acumulada en el subconsciente. Ahora bien ¿pueden meterse razón y subconsciente en el mismo saco? ¿o no será la relación entre ambos, junto a otros ingredientes, lo que nos permite abordar el problema, si es que verdaderamente la intuición es problemática para la lógica?

El derecho a la locura no sería más que la posibilidad de conocer las relaciones que nos explican como seres capaces de múltiples planos de pensamiento, cada uno de ellos compuesto por unidades que se organizan de forma interdependiente. Podemos llamar razones a estas unidades, pero no perdamos de vista el plural, si no queremos elevar, nosotros también, a una sola de ellas a la categoría de pensamiento único.

3 comentarios:

  1. La razón está sobrevalorada. Toda ella es un intento, y solo eso, de reducir la complejidad a algo manejable por la humanidad, simplona por definición. Un loable intento, desde luego, pero no encontrarás a nadie que haya tomado las decisiones relevantes de su vida en torno a razones. Solo unos pocos reconocerán que hicieron esto o aquelllo porque les gusta, les apetece, les daba miedo o rabia. Racionalizamos el mundo, estamos dotado para ellos, ahora bien, no somos razonables. La libertad en su esencia creo que consiste precisamente en no tener que dar razones a nadie sobre cuestiones que solo me atañen a mi. La psicología cognitiva mas simplona entra en mi parcela de libertad desde el momento que define mi forma de pensar como idea irracional y trata de cambiarla.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. o, de otra forma, la razón es la excusa socialmente aceptada que ponemos para hacer lo que nos sale.
    Lo peor es que cuantas veces nos la creemos y se convierte en un freno (o una catapulta). El eterno follón.

    ResponderEliminar
  3. Vale, vale, pues estoy encantada de haber sido una utópica toda mi vida, bajo la etiqueta que cada cual le haya dado por otorgarme. Me ha servido para intentar vivir mas feliz cada día e irme apartando de tanta memez aburrida e incompetente.Ahora por estos lares estoy más feliz que una perdiz.
    Porque las perdices no piensan ¿verdad? Un abrazo perdicil.

    ResponderEliminar