domingo, 19 de julio de 2020

Elogio veraniego de la pereza

Hoy domingo, la programación de radio clásica es deliciosa. Tanto, que me quedo tirada, literalmente, toooda la tarde. Como una gata sin culpa, horas y horas de languidez interior, tan tranquila como intensa. Sí es posible. 

No sé del todo de dónde me viene esta libertad, y aunque tengo mis hipótesis, esta vez me las reservo, por aquello de no hacer un altar del ateísmo. (Bonita paradoja que sería). Así que no pienso, ni leo, ni produzco. De vez en cuando miro algo como al azar, distraída, satisfecha. Quizás me levanto a ordenar cualquier rincón de la casa, un ratito muy pequeño, disfruto del resultado, me vuelvo al sofá, sonrío como una idiota, me desperezo, doy media vuelta, me prendo en cualquier nota, viene al azar, en la voz lejana y elegantísima de la locutora, un nombre que no voy a recordar (conscientemente).

Estos días tengo una cita, voy a conocer a alguien. Es muy joven, es amable y tranquilo, tiene tantas ganas como yo de esa sorpresa que será ponernos cara. Apenas sabemos nada el uno del otro, pero ya hemos vivido juntos un viaje y una hospitalización. Nada del otro mundo, todo queda en la tierra de la cotidianeidad, en esas pequeñas pantallas capaces de vida propia.

Pero no es la cita lo que me vuelve perezosa, sino la indiferencia ante el mundo, tan extraña de repente. Tan efímera, también (veréis lo poco que tarda en sacudirme, el mundo). Algo sabemos ahora del placer solitario de la pereza, al calor de las tardes de verano. Como la armonía perfecta de las suites para cello de Bach. Escuchar música como nunca, estrenando autorretrato.

Y allá lejos, quizás demasiado, la idea literaria de un amor inaudito (que no un enamoramiento), lleno de generosidad, me anima a construirme de a poquitos, se atreve a acercarse sin asomo de hipocresía, ni de miedo. Le pone palabras a algún rincón secreto, y yo viajo sin querer de su estar sentipensante al mío, marcando con besitos amarillos el camino de vuelta. Hay algo extrañamente sólido en esta ausencia del cuerpo, algo sin lobos, que no duele.

Me toco incrédula el mapa de los fantasmas, desierto. 


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