domingo, 13 de octubre de 2019

Un cuento de fantasmas

En los cuentos de antes tú encontrabas una rana, le dabas un beso y chas, se ponía de pie y le brillaba un diente. A partir de ahí disfrutabas un poco, algunos días, meses, yo que sé, y luego se iba complicando la historia, porque de cerca nadie es normal y vete tú a saber para dónde soplaba el viento. Pero había cháchara, para aquí y para allá, había discusiones, hasta rupturas. ¿Rupturas? Sí, mujer, esa conversación donde alguien dice: jo, pues no sé, esto no va bien, habría que dejarlo, cambiarlo, bla bla bla. Y bueno, se rompía, se lloraba, se salía de fiesta, a veces hasta se volvía a empezar, pero eso, se hablaba, porque esas cosas te pasaban con personas, de las de carne y consecuencias. 

Ahora está de moda la cobardía más cutre, se llama ghosting porque viene del mundo anglosajón, (donde al parecer es epidemia) y va de que al tipo le brilla el diente mientras se te va arrimando, así como para avanzar hacia la cebolleta, de súper buen rollo, con mucha educación y perseverancia, que si te llama, que si le llamas, que si hace planes, que si te vuelve a llamar y hablar de los planes, y tú te pones pánfila, levantas una ceja y vas diciendo que sí, porque parece que mola, y la verdad ya iba tocando. Y justo en la cresta de la ola, a lo surfista, ahí como esperando que rompa la tensión (la sexual, se entiende), contando los días para el reencuentro, hace chof, se le apaga el diente, las ganas, las palabras, se le apaga hasta el teléfono... y desaparece. Se convierte en un fantasma. Más bien lo que pasa es que lo ves, por fin, como el fantasma que siempre fue.

Ojo porque el ghosting tiene un peligro emocional nada inocente, el de que te ralles pensando si has hecho o dicho algo que haya provocado la evaporación del cuerpo celeste, y digo celeste no por temas de bellezas platónicas, sino porque, visto en la distancia, un poco místico o paranormal sí que parecía todo el asunto. La anormalidad del romanticismo. Ya lo decía Irantzu Varela: "no comer, no dormir, estar como flotada, pensar demasiado en una persona...eso no es amor, joder ¡eso es ansiedad!". Generar ansiedad y no estar ahí para cuando hacen hacen falta las palabras, aunque sean las de ruptura, es de gente fea, y tiene que quedar muy claro que el feo es el fantasma, no tú.

Nadie se muere por un ghosting de estos, evidentemente. A mí lo que me fastidia es la parte en que te sinceras en relación a tus cositas de la locura, y que luego te hayas comido el tarro pensando si te estaban haciendo locofobia. Ni siquiera parece que haya sido eso, insisto en que no vale la pena buscar en ti las razones de la evaporación: quien se evapora lo hace con mala leche, nunca mejor dicho. Y seguramente no sea ni la primera vez, porque, insisto de nuevo, la cosa va más de cómo funciona el individuo que de lo que hagas o dejes de hacer tú, que básicamente era hacer tu vida, y ya con la novedad, hacerle hueco y ponerte contenta. Pero aquí el del diente no cree que tenga que darle explicaciones a nadie de nada, y menos de asuntos emocionales, porque probablemente esté más perdido en ellos que un pulpo en un garaje. No, si al final nos va a dar pena, la ranita. Ay, no, ranita no, que eso era antes.




1 comentario:

  1. Me gustó tu reflexión.

    Es curioso como al "Fantasma" de mis tiempos y a sus fantasmadas "ofreciendo sueños a precio de saldo" se le denomina ahora "ghosting". Esos personajes - mas extendidos en el grupo de varones machistas - que se evaporan porque nunca tuvieron nada que dar, excepto humo y volver al charco.Y eso también enseña.

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