domingo, 6 de octubre de 2019

Protocolos obsoletos

En psicología predominan los estudios cuantitativos por encima de los cualitativos, así que solo tenemos al poder "hablando de y por" las otras, por nosotras. Con porcentajes y adjetivos pedantes que pretenden ser descriptivamente neutros, además de categorizadores y reduccionistas. Del individualismo convertido en caricatura ya ni hablamos, para qué.

Releo una vez más artículos sobre la teoría de los apegos de Bowlby, y el resultado es aburrimiento y sospecha de fraude. Niñxs separadxs de sus figuras principales de apego, observados en condiciones de laboratorio, los pelos de punta. Reducirlo todo a la familia nuclear, con especial incidencia en la figura materna como responsable principal de los traumas de apego.

No cuentan que esos traumas pueden verse superados y reconducidos con las familias elegidas, muchos y muchos años después. Solo ante un afecto nuevo, de esos que abren cajas de pandora y generan expectativas, salta algún resorte. Salta y luego se queda en calma, otra vez. Y no ha pasado nada grave, nada susceptible de ser tratado ni medicalizado, solo un susto. Una ilusión y una decepción, ese ciclo que ya no me quita el sueño, no como antes. El ciclo puede durar semanas, pero ese tiempo está lleno también de otras cosas, y la paranoia no cuenta entre mis planes de huida. No hay planes de huida. El autoboicot es ahora más preventivo que autolesivo, y en realidad no hace daño a nadie. Simplemente evita que suceda algo, no hace demasiados juicios sobre aquello que evita. Puedo sentir la decepción como la privación de algo que me apetecía, puedo sentir que nos perdemos algo que podría ser divertido y placentero, pero también puedo darme cuenta de las dificultades que me evito. Me queda cierta pena de no haber podido nombrar posibilidades novedosas de relación en libertad, y me doy cuenta de que la autocensura en ese aspecto forma parte del "protocolo romántico". Si se activa demasiado, dejo de ser atractiva, porque en el fondo no me siento cómoda en ese protocolo. Ahí está el autoboicot, actuar como si. Como si creyese en el romanticismo.

Intentaré no volver a hacerlo, no seguir ese protocolo, a estas alturas es absurdo y no me aporta nada. Me doy cuenta de que lo hago como una concesión empática, como un eco de lo que me parece estar viendo del otro lado. Una mezcla de amabilidad y facilidad para contagiarme del entusiasmo ajeno, ejercicio número quinientos mil de mujer queriendo ser complaciente en base a un modelo que ya considera obsoleto, olvidando lo más importante: que quizás del otro lado se está jugando a lo mismo, dando como resultado dos tontos en apuros emocionales. Dos tontos encantadores, eso sí. Ecos y Espejos.

Pero ojo, porque si algo he aprendido en todos estos años es que este territorio de arenas movedizas es así para casi todxs. No solo para mí por tener un diagnóstico. No solo para mí por mostrarlo. No solo para mí por ser una mujer. Cambia la expresión emocional (a veces el cambio es, simplemente, la ausencia de ella), cambia la biografía, pero no cambia la profunda indefensión emocional de estos tiempos líquidos.

También conozco los amores seguros, las segundas y terceras oportunidades, los reencuentros inesperados, el juego del gato y del ratón, la ternura, los miedos inconscientes, las otras personas que se cruzan o reaparecen, la soledad amable y las distancias cortas. La psicología es incapaz de dar cuenta de todo esto con sus aburridos estudios cuantitativos y sus perfiles momificadores. 


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