jueves, 28 de febrero de 2019

De los buenos manantiales se forman los buenos ríos

Si quisiera ligar, no sé si tener este blog es buena idea. Aquí con mis desbordes emocionales, una caricatura de mí misma tirando de un carro con pesadas ruedas chirriantes, como un carromato con demasiado equipaje para mi corta vida. Cualquier vida. Ahora estás, ahora no estás. Snoopy, un día nos vamos a morir, pero los otros días no.

Luego veo una película de Tony Gatlif y se me pasa.


Tony Gatlif tiene un tema único en sus películas: la perspectiva gitana de la salud mental. Este es un reduccionismo mío de andar por casa, que me perdone el pueblo gitano, que sabe que le tengo aprecio. Desde el punto de vista de la opresión, lxs gitanxs se llevan la mayoría de los boletos, por lo que no tiene nada de extraño que sus estrategias de superviviencia ante las hostias de la vida sean más que un espejo en el que mirarnos, aquí desde la barrera del pésimamente llamado "abordaje científico" de los problemas de salud mental.

Jamás he visto un psiquiatra en una de sus películas. Locos y locas, unas cuantas. Los personajes de Gatlif enloquecen de desamor, de abandono, de injusticia, de venganza, de violencia...contra ellos, fundamentalmente. Como Don Quijote, la mayoría de sus personajes cinematográficos terminan por regresar de la oscuridad porque siempre hay alguien cerca que les acompàña, que es capaz incluso de entrar en su locura para comprenderles mejor y quererles aún más. Antes de ponerme moñas con el cuidado y el apoyo mutuo, es importante mencionar que en sus películas a menudo se muestran estados límite en lo que a expresión del dolor se refiere: hay adicciones, autolesiones, gritos, bajadas a las profundidades de la soledad y el miedo...expresiones todas ellas que se consideran legítimas, con márgenes de acción muy amplios, hasta un determinado punto en que alguien, desde fuera, intuye cierto peligro, por lo que la protección y su urgencia devienen más importantes que el beneficio de expresarse. Llegados a este punto, la persona que ve desde fuera interviene, ya sea hablando claro, o aliviando una necesidad inmediata que consigue detectar (de compañía, sueño, atención, comida, contención, o incluso un ritual chamánico). Y el loco (o la loca) encuentra freno, luego consuelo, sosiego más adelante y no pocas veces, hacia el final, encuentra renovada su vitalidad, con esa fuerza que da saberse cuidado y comprendido. Salvo excepciones, Gatlif muestra siempre vínculos reforzados a la vuelta de estos procesos, aunque haya separaciones y continúe el nomadismo existencial de sus protagonistas.

Así que lo de menos son las calabazas. Una tribu entera y creciente de brujas brillantes me rodea desde hace años, de forma que la contención ya me la hago yo, para ahorrarles fatigas. En planes y risas, unas manirrotas, eso sí. Ellas y yo.

Si tú quieres o no quieres,
qué se me importará a mí,
si la vista se me alumbra
cuando te veo por ahí.






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