domingo, 30 de diciembre de 2018

Desde la derrota se respira mejor

Antonio Bertali y el fin de semana, esos tiempos casi libres, como la hora y media de un trayecto en tren. O El barón rampante, la novela de Italo Calvino sobre un niño, luego hombre, absolutamente libre o absolutamente terco, quizás ambas cosas.

Después de los mapas locos de la primavera pasada, sucedió por ejemplo que las crisis de salud mental dejaron de sucederse, se detuvieron, se deshizo como un nudo gigantesco, que eran ellas, arrastrándose, desde hace varios años. Fueron de sólidas a líquidas, y luego a vaporosas, que suena como a glamour, pero que en realidad es la celebración de su inconsistencia. Y no hay nada más digno de celebrarse, pero... justo cuando tocaba, empezó el curso escolar. Trabajar en la escuela pública, con todo lo que implica. La espada de Damocles de las oposiciones. Encontrarme bien y obligarme a estudiar parece todo uno, pero no me dan las cuentas. Vamos a ver, porque a veces parece que no veo, ahí metida en la jaula del hámster.

Angustia neoliberal, de las que enferman. Ponernos al límite, competir, obsesionarnos, pagar formación, culpabilizarnos si no damos el ritmo, escuchar constantemente ánimos y preguntas bienintencionadas, pero que suenan como cronómetros amplificados de la angustia. ¿Va a mejorar esto mi salud mental? ¿Voy a poder celebrar así lo vaporoso? Malamente, si además consideramos que la motivación intrínseca ha desaparecido. No entiendo ninguna actividad intelectual sin motivación, porque de momento sólo veo ventajas materiales, y las mejoras materiales no me mueven lo suficiente como para poner otra vez la salud mental en riesgo. No soy un ejemplo de superación. Afortunadamente. Si alguien quiso verme así, se terminó el espectáculo.

Pero entonces...

No, no he perdido la motivación hacia el trabajo, al contrario. Voy a plantearlo de otra forma, y es que aprovecharé, indirectamente, las necesidades laborales para estudiar a mi ritmo, por más lento que sea. Aprovecharé el aburrimiento semanal de los pueblos aburridos para recuperar cierta ilusión por evadirme con la curiosidad intelectual, sin meta fija, sin tiempos marcados desde fuera, con amor y con humor, con muchísimo humor. Con muchísimas ciacconas barrocas, con libros estimulantes, con películas, con clases de música, conmigo misma, con toneladas de autocuidado y conversaciones telefónicas en el sofá. Quizás desde la derrota se pueda elevar otro querer, un plan medio al descuido, sin disciplina, sin asomo de escolástica. Voy a probar, porque la derrota ya la tengo, y no sangra ni merma, al contrario, me está dando más salud esta decisión que todas las horas de academia que he invertido sintiéndome mal porque no sigo el ritmo, porque las clases son los viernes y llego tarde y agotada, porque no soy una jovencita con las neuronas de estreno, porque me he pasado media vida luchando contra un monstruo invisible y le di jaque, por lo que a estas alturas no tengo nada que demostrar y sí muchísimo que disfrutar y celebrar, por ejemplo el año que entra mañana, con las personas que más quiero.

Me voy a dormir más ligera, más tranquila y más contenta. Y esto ya es ir celebrando. 

2 comentarios:

  1. Me ha pasado que en esto de andar conociendo gente maravillosa en la calle (un par, en realidad: un artesano de 30 años, un vendedor de poco más), he sentido una plenitud luego que esperaba hace muchísimo tiempo... Y me parece además que eso también es parte del autocuidado que mencionas.

    Más ligero, más tranquilo y más contento. Siempre leyéndote, Paula.

    Abrazo.

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  2. Rodrigo!Qué alegría leerte así tan bien. Han pasado cosas buenas también por aquí. Me da hasta pudor hablar de ellas, acostumbrada como estaba a diseccionar melancolías y problemas. Pero lo haré, solo para que las leas y puedas alegrarte conmigo.

    Gracias por estar ahí.

    Abrazo.

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