domingo, 3 de diciembre de 2017

Estudio y salud mental

Estudiar siempre ha sido, para mí, estímulo y evasión. Sobre todo cuando soy capaz de emocionarme estudiando, de disfrutar tanto de la dificultad de comprender o recordar, como del placer de redactar o de establecer asociaciones nuevas entre diferentes ideas o conceptos. Entonces sé que estoy protegida de la inestabilidad. En diferentes momentos de mi vida, zambullirme en algún proyecto a largo plazo relacionado con el estudio (oposiciones, máster, ahora de nuevo oposiciones) me rescató de profecías psiquiátricas, de duelos por desamor, o de preocupaciones exageradas por asuntos o personas que tampoco lo merecían tanto.

Estudiar algo tan humano y artístico como es la literatura permite una mezcla de concentración y vuelo. Concentración porque hay que leer, resumir, esquematizar, relacionar, redactar. El vuelo viene de la fascinación de conectar con escritorxs de diferentes épocas, intentar empatizar con su particular relación entre vida, contexto y escritura, leer en sus obras claves humanas, emocionales, históricas, sociales, económicas, políticas. Viajar con ellxs a sus conflictos, a sus valores, a sus contradicciones y genialidades.

Mientras me evado hacia otras épocas, desconecto de decepciones muy contemporáneas, de esfuerzos inútiles por comprender a personas que no desean ser comprendidas, sino solo que estés ahí a merced de sus caprichos. Eso, y poco más, he llegado a comprender por ese lado. No es bonito, no permite crecer. Era tan fácil como estudiar. Lo bueno de estudiar es que es interminable. Entre estudio y trabajo, el tesoro de la amistad. No se qué más se puede pedir.

(El amor romántico se ve ahora como una pesadilla borrosa del pasado)

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