martes, 25 de julio de 2017

Cierta luz menor aún puede brillar incandescente

Un día me despertaré pintando el respeto hacia mí misma, pero no cantaré victoria hasta que sean muchos días, y no uno. Otro día saldré de casa por motivos nuevos, que no sean trabajar o refugiarme. Me dará igual estar sola o acompañada, porque estaré bien. Algún día me sorprenderé teniendo que hacer memoria sobre la última vez que lloré por lo de siempre, porque se habrá deshecho el nudo en el estómago, y mi risa será alegre, celebrando la vida sin relaciones imposibles.

Un día como hoy abriré este blog y me encontraré más cerca de ese día, más cerca de las palabras que había empezado a escribir, y que no publiqué porque no era su momento. Un día como hoy, los ecos de mujeres sabias como elefantes y valientes como tigres me harán cosquillas en la oreja, tanto que desearía escuchar voces, físicamente, siempre que fueran las suyas. Mujeres como Frida Kalho o Virginia Woolf. Escuchar voces sería entonces un privilegio secreto, un toque de distinción, como lo fue en su momento aprender a no tenerle miedo a los pensamientos delirantes. Fue relativamente fácil conseguirlo en cuanto descubrí que el secreto era mi relación con ellos, y que esa relación podía construirse, lo mismo que se construye cualquier otra. A diferencia de las relaciones con personas de carne y hueso (donde no siempre es fácil construir algo si alguna de las partes no lo ve claro), en la relación con mis pensamientos, la voluntad de querer (valga la redundancia) tenía sus frutos. Desde entonces pocas veces me ha vencido la inseguridad, el miedo al qué dirán o qué pensarán de mí. Al fin y al cabo, ya habían pensado lo peor, que era visualizarme como loca. A las mujeres se nos ha llamado locas tantas veces que deberíamos considerarlo un piropo, que dice mucho más de la soberbia de quien lo dice que de los atributos de la acusada.

Un día como hoy es verano, la luz es preciosa y tengo por delante todo el tiempo del mundo. Cuando no se está a gusto, el tiempo libre es una condena, puesto que tiende a rellenarse una y otra vez con los aspectos más conflictivos de la vida en la que estemos inmersas. Los más conflictivos, los más tristes, los más cuesta arriba. O simplemente la cuesta abajo, también llamada vacío existencial, depresión, o aburrimiento. He sido muchas veces víctima de todo eso, de todos y cada uno de los aspectos. Mi historial de penurias está más que cubierto, y sobre el futuro no se puede saber nada, así que me limito a mencionar las pasadas. Las menciono de pasada, eso sí. Porque hoy no caben, y espero que mañana tampoco.

Un día así no sucede nada especial, no ha habido premios, grandes inspiraciones, novedades ni reencuentros. Bueno, quizás lo enorme es que, no habiendo nada de eso, me siento bien, a gusto. Tampoco ha habido conflictos emocionales ni ganas de darle importancia a ninguno reciente (allá cada cual con la parte que le toque) Pasando el día entre discos de conciertos recientes, redes sociales, la cama, el libro, los gatos, los huevos con patatas, mensajes con las amigas y un plan sencillo para la tarde: caminar, caminar mucho. Caminar entre personas desconocidas con vidas propias, teniendo en común con ellas, como mínimo, ese caminar, poesía humana y urbana del movimiento, metáfora de otros movimientos, variados, complejos, prometedores. Caminar con una amiga y sentirnos también acompañadas por las poetisas malditas (que haberlas haylas) y sus conjuros abrazando la soledad lúcida y poniendo en valor locuras que son antorchas contra el frío que tantas veces sentimos sin creernos merecedoras.

Un día como hoy me quiero, y poca vergüenza me da escribirlo para que conste en el acta de la asamblea diaria, esa en la que intentan llegar a un consenso los pensamientos con los actos. Los asuntos graves han de ser tratados con la mayor de las ligerezas.

Corneja negra en tiempo lluvioso

En una rama tiesa allá arriba
se encorva una corneja negra, mojada
arreglando y desarreglando sus plumas bajo la lluvia.
No espero un milagro
ni accidente
que encienda la visión
en mis ojos, ni busco ya
designio alguno en lo inconstante del clima,
pero dejo que las hojas moteadas caigan como caen,
sin ceremonia ni portento.

Aunque en ocasiones, lo admito,
deseo alguna réplica
del cielo mudo, la verdad, no me puedo quejar:
cierta luz menor aún puede
brillar incandescente

desde la mesa o la silla de la cocina
como si de vez en cuando un ardor celestial 
tomara posesión de los objetos más estúpidos ---
santificando así un intervalo
de otro modo inconsecuente

confiriéndole grandeza, dignidad,
amor, podría decirse. De todos modos, ahora ando
con precaución (porque esto podría ocurrir 
incluso en este paisaje  ruinoso y opaco); escéptica
pero cauta, ignorando si

un ángel eligió destellar
de pronto a mi lado. Solo sé que una corneja
arreglando sus plumas negras puede brillar tanto
como para embargar mis sentidos, izar
mis párpados, y conceder

una breve tregua al miedo
de la total neutralidad. Con suerte,
si atravieso empecinada esta estación
de fatiga, podré 
ensamblar un todo

con las partes. Los milagros ocurren,
si se tiene el cuidado de llamar milagros a esos
espasmódicos trucos de la luz. La espera ha vuelto a comenzar. 
La larga espera del ángel,

de ese inusitado, aleatorio descenso.

Sylvia Plath (en un día bueno)

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