domingo, 2 de julio de 2017

Querido amigo

Estoy enfadada contigo en aquello de ti que me hace daño. Es por eso que no puedo confiar en ti, ni seguir cerca durante un tiempo que imagino largo. Pero eso no es una enmienda a la totalidad, es solo la expresión necesaria y sana de mi dolor. La distancia que necesito para quererte bien, de otra forma, en otro momento y lugar. Y sobre todo, la distancia que necesito para quererme a mí misma de una forma segura, tranquila, sin dependencias ni falsas expectativas. De eso ya he tenido suficiente, y el precio está siendo alto.

Estuve leyendo algunas páginas sobre los tipos de apego, y aunque creo que en ellas hay algunas claves para entendernos a ambos, también es cierto que no dejan de parecerme enfoques individuales de problemas más amplios, de raíces históricas, y sociopolíticas. Somos hijos de una generación que aún vivió una dictatura, y que vivió el tránsito a esta pseudodemocracia, ahora neoliberal, sin que hubiese correspondencia emocional para esa transformación que, como acabo de decir, nunca fue completa. Una generación que nunca encontró reparación para sus heridas, porque no encontró espacio para expresarlas y ponerles nombre. Supongo que hace falta ser activista para establecer este tipo de conexiones, y tú no lo eres. No pasa nada, en mi vida hay muchas personas que no lo son, y nunca he dejado de quererlas por ese motivo.

Imagínate el estilo de apego, a la hora de criar hijos, de una generación así. A veces pienso que nunca terminaremos de entender el verdadero calado de los silencios, la represión de la vulnerabilidad, el autoritarismo como costumbre (y tapadera de demandas que no pueden satisfacerse, sea porque no hay herramientas, sea porque hay problemas percibidos como mucho más importantes, sea simplemente por miedo). Que no lo entendamos no quiere decir que no pese sobre la formación de nuestra personalidad, y, para el caso que nos ocupa, de nuestra forma de querer y relacionarnos con los demás. Es difícil calcular el peso de la desconfianza sistemática, del desprecio a lo que se considera "blando" o, en tus propias palabras, "dramas". Es difícil, también, calcular el daño de ese peso.

Puede que nunca hubieras conocido a alguien como yo, empeñada en trabajar sobre el dolor psíquico, en rodearlo, hacerlo visible y acogerlo para neutralizarlo, para quitarle poder, para poder reírme de él, y por lo tanto de mí misma, en el intento. Entiendo que no podía ser fácil que alguien como tú y alguien como yo llegásemos a construir juntos un apego seguro. Pero aún así, mira la cantidad de esfuerzos que hicimos, que estoy convencida de que no van a caer en saco roto. (No para seguir igual, ni siquiera para seguir juntos, pero por lo menos para hacer mejores versiones de nosotros mismos) Otra cosa es qué hacer con el precio a pagar, cuando es tan alto.

En lo que a mí respecta, voy a llorar todo lo que necesite, porque es la mejor manera de liberar físicamente la carga enorme que me anuda el estómago y el pecho. Empiezo a notar que, efectivamente, son lágrimas de soltar angustia, no de recrearla ni alimentarla. Ya no tienen que ver con la frustración, ni con la búsqueda desesperada de estrategias para mantenerme más tiempo en el mismo sitio. Tampoco son lágrimas románticas de telenovela. No voy a presentarme en tu casa ni hacerte sentir culpable por nada, ya no lo necesito, y perdona si alguna vez, en mi ignorancia, hice esa lectura y actué de esa forma.

Qué fatiga no haberme dado cuenta antes, qué fatiga...

No sé en dónde voy a refugiarme ahora, me gustaría mentirme a mí misma y decirme que no necesito refugio, pero como persona, y por lo tanto intrínsecamente vulnerable, sé que eso no es cierto. Refugio necesitamos siempre, y el mío, el más grande, se fue con mi abuela ("la rosa llora su pena"). Nadie va a quererme tanto como me quería ella ("la rosa sigue llorando"). ¿Ves como el drama no es capricho? Así que voy a empezar por admitir que tengo una pena muy grande, por momentos insondable, en otros momentos atenuada por las alegrías fugaces del placer o el entendimiento cómplice. Desplazada momentáneamente por el trabajo, y ahora por el estudio, que también dan alegrías.

Así que continúo con las alegrías, para mirar hacia adelante caundo se puede, y es el momento de darte de nuevo las gracias por la alegría de la música, que creció exponencialmente con tu apoyo y tus buenos consejos. Y aunque sé que la música no va a resolver nuestra distancia, es mejor contar con ella que no contar, eso siempre, qué te voy a decir que no sepas de este tema, que es uno de tus refugios.

Otra alegría es pintar, un lenguaje importante que permite decir las cosas de forma no categórica, sublimada en fogonazos emocionales que ni yo misma entiendo del todo por más que mire mis cuadros. Dentro de un tiempo indefinido haré una exposición para decir de nuevo, públicamente, que es posible hablar del dolor sin hacer daño, solo acariciando la vista con sugerencias a las que sinceramente espero poder añadir cierta belleza.

El Barroco, ese movimiento artístico que tanto nos gusta, habla fundamentalmente de la vida en toda su complejidad. Desde Haydn hasta Quevedo, la vida se retuerce para gritarla, parodiarla, denunciar su amargura y, en último caso, afirmarla siempre bajo cualquier circunstancia. Querido amigo barroco, cuídate mucho, y ten confianza en que yo también lo haré. Que tenga que ser lejos no significa ya nada malo, solo una necesidad diferente, que sé que comprendes, porque eres inteligentísimo.


2 comentarios:

  1. Me ha parecido una bellísima defensa de la honestidad y la profundidad y palabra y corazón abierto sobre los conflictos y sus complejas ramas y rizomáticos orígenes, a veces de siglos... y el momento de tomar lugar en una misma como una jauría.

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  2. éste libro a mí me fue aire y ojos "las mujeres que corren con los lobos"

    http://www.infogenero.net/documentos/mujeresquecorrenconlos%20lobos.pdf

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