lunes, 10 de abril de 2017

El estrés de las minorías

Esta semana he aprendido que, en psicología, existe este concepto. Pues mira, yo me alegro de que alguna corriente psicológica decida no mirar para otro lado ante este hecho.

A mí, por ejemplo, me pasa. Me duele estar en el armario, en los contextos en los que lo estoy. Me duele tener que esconder partes de mí de las que no me avergüenzo en absoluto, pero de las que si se avergüenzan (o simplemente temen, o odian, o todo a la vez) otras personas con poder para hacerme la vida imposible, si quisiesen. Nunca sé donde están, nunca sé lo cerca que pueden estar de mí. Así que hay una parte de mí que está en el armario, en determinados contextos (laboral, por ejemplo).

Y eso me genera estrés, que se añade al estrés normal que siente cualquier persona solo por vivir en este mundo. Cualquier persona que no pertenezca a ninguna minoría. Cualquier persona blanca, heterosexual, masculina, económicamente bien situada, sin ningún diagnóstico ni discapacidad. Cualquier persona que, no perteneciendo a ninguna minoría, tiene dolores, cansancios, tristezas enquistadas, que sufre acoso, o precariedad, o miedos de cualquier tipo.

Así que, cuando estoy de vacaciones, en lugar de estar completamente contenta, en lugar de estar todo lo contenta que podría y debería estar, tengo que reservar un espacio para que el estrés de las minorías pueda manifestarse. Un espacio mío, íntimo, a salvo de desconocidos, robado a las vacaciones, en el que pueda sentir esta especie de rabia sorda, sin causa ni objeto concreto, que me hace temblar. Que no identifico en un primer momento porque viene sin avisar, pero que me quita el sueño, me confunde en relación a sus causas, me precipita hacia una parte de mí que pide sitio para existir en paz., aunque su forma de llegar no aparente paz, sino todo lo contrario. Pide sitio para existir sin pedir permiso ni pedir perdón. Hoy que por fin la he reconocido, solo tengo ganas de abrazarla, y decirle que es buena, que es lista, que es importante.

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