Nunca he visto una esquizofrénica, ni un esquizofrénico, en mi vida. Sí he visto a personas infladas a pastillas, lentas, con sobrepeso, con la mirada acuosa y dificultades para hablar, personas sobremedicadas, todas estas características como efectos secundarios de la medicación, no como parte de su "personalidad" (otra buena, la de la personalidad, que a saber de qué va eso). También he visto a personas delirando, o inmersas en una psicosis, asustadísimas, desconfiadas de todo lo que se mueve, con el ceño fruncido y la mirada alerta, desconcertadas, buscando abrirse camino entre el abanico caótico de sus pensamientos, buscando agarrarse a lo que sea que no les engañe, aunque dure poco tiempo.
También he escuchado, y leído, discursos inconexos, fragmentados, un hablar para si como si los demás pudiéramos entender, como si toda la lógica del mundo estuviese recogida en esa charla, de la forma más natural, y peor para quien no le encuentre esa lógica, porque se quedará a solas con sus prejuicios, su razón, y su ignorancia. He visto a gente llorar de dolor, y de tristeza, y de miedo, y de soledad, y de alegría también.
Pero nunca he visto a un esquizofrénico, ni a una esquizofrénica. Esas palabras ya solo tienen sentido para quienes hemos sido etiquetados, ya sólo tienen sentido para contra-nombrarnos, (re)conocernos, (re)ubicarnos y respetarnos. Una tribu, bastante urbana.
Todo lo demás es humo, y lo que importan ahora son nuestras estrategias, nuestra cultura, nuestra memoria, nuestras quejas y todo el apoyo que podamos darnos. Puesto que no existen l@s esquzofrénic@s, todo el mundo está invitado. Es suficiente con haber dudado algún momento de la realidad, con haberse mudado un tiempo a alguna clase de mundo paralelo donde todo parecía igual pero se sentía distinto. Es suficiente conocer el grado mínimo para ponerse en la piel de niveles altos de intensidad y duración. Estamos en todas partes, no sólo en los hospitales, medicados o no, diagnosticados o no, a gusto o a disgusto con nuestras perspectivas. Cuando Picasso quiso representarlas, algunas de ellas, en un sólo plano, dió un salto cualitativo, rompió gafas, cámaras, y todo tipo de lente. Bueno, digamos que no las rompió, sino que las superpuso, las mostró todas a la vez. Y luego se echó unas risas, con eso de que su firma era arte. Picasso, que yo sepa, no estaba loco. Picasso, que yo sepa, hablaba con la pintura, y hablaba sin parar, sólo hablaba, y la que montó. Independientemente de criterios estéticos, de etiquetas de genialidad o discusiones teóricas, Picasso, de alguna forma, habló de nosotros, utilizando un lenguaje donde "locura" no es un sustantivo, ni un concepto, ni un número, ni mucho menos menos un ente biológico o un desajuste bioquímico. En el lenguaje que usó Picasso, locura es algo que pinta, algo que mira, motor, motivo, movimiento, interrogación, acción, hechizo, dolor, trabajo, sueño, alejamiento, reconstrucción, novedad, salto, caída, ruptura, revelación, tentativa, y alguna más que se me escapa.
Todo lo demás es humo para despistar sobre el origen del fuego.
ole! y ole!! plas plas plas!!
ResponderEliminarPor supuesto....
ResponderEliminarValen para retener el entorno.
ResponderEliminarbuenísimo!!!genial!!!
ResponderEliminarGracias por los ánimos. Princesa Inca, bienvenida. Ancar, no te entiendo del todo pero gracias por pasarte. Raúl y Jesús, seguimos dando la lata.
ResponderEliminarUn abrazo!
Que pastis valn para conservar el entorno y deshacen el rollo paranoico mal asunto
ResponderEliminarAncar, las pastis también valen para triturar el cerebro, la elección es de cada una. Yo aprendí a solucionarme mis malos rollos paranoicos sin ellas, en el camino he llegado a disfrutar de algunos buenos rollos delirantes. Y fue precisamente el entorno respetuoso con mi decisión quien ayudó a conservar la calma, y reforzar el propio entorno.
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