miércoles, 25 de abril de 2018

Amor del bueno

"Soy independiente porque nadie depende de mí"

Esta frase de Víctor Tausk me acompañó durante muchos años, exactamente hasta que la vida me hizo el suficiente daño como para tener que repensarlo todo. Hasta entonces, tenía del feminismo una idea intuitiva, experiencial, nada reflexiva ni activista. En esa idea del feminismo, que ahora sé que era liberal, aunque bienintencionada, la independencia era condición para la libertad, siendo mujer. Me horrorizaba la idea de depender de mis padres, de un hombre, de quien fuese. Quería volar, y para eso necesitaba la ligereza de la independencia. No depender de nadie, pero que tampoco nadie dependiera de mí. Ir de aquí para allí, no dar explicaciones, cambiar de ciudad, de pareja, de actividad...y así lo hice. No quise tener hijos y sigo sin querer tenerlos. Al principio era por independencia, luego por realismo ante la responsabilidad, actualmente porque no, y punto.

Pero hoy leí un artículo de Judith Butler sobre la vulnerabilidad y la interdependencia, y esa frase de Tausk me volvió a la cabeza, esta vez para darle unas cuantas vueltas. Evidentemente vengo pensando en la interdependencia desde hace años, en las redes de solidaridad, de apoyo mutuo, de transformación de valores, cosmovisiones, prácticas. Pero leer a Butler, justo hoy, me hizo relacionar estas reflexiones con esa frase, o con lo que hubiera quedado de ella como faro.

Tenemos fobia a la dependencia, la nuestra de otros o la de otros de nosotros por una razón muy simple: la claustrofobia relacional. Que la dependencia nos conduzca a encerrarnos en la cosmovisión de una persona, de dos como mucho, y que esa cercanía sin opciones, dilatada en el tiempo, termine por borrar todo lo demás. Tenemos esa fobia porque las redes de personas de confianza son pequeñas, y las redes son pequeñas porque la fase neoliberal del capitalismo nos ha intoxicado para que sea así. Nos desplaza, nos explota, nos intoxica con autoayuda, con competitividad, con racismo, con miedo, con desconfianza, con angustia ante los otros, como si los otros no compartiesen las mismas fobias y las mismas carencias, como si los otros no fuesen tan humanos, ni estuviesen tan asustados.

Hace poco tuve el placer de escuchar a Silvia Federici, de ver en persona su cuerpo de más de setenta años, frágil de apariencia, físicamente pequeña, y con uno de los discursos más lúcidos que se pueden escuchar hoy en día. Su voz se escucha en cualquier parte del planeta que recorre, de charla en charla, que es el nuestro. Nada de lo que dice es superfluo ni se olvida. Más aún, lo que dice se encarna, se mete hasta los huesos, toca el ADN y lo programa para relacionarnos de otra forma con el medio. Y Silvia nos alentó a reconstruir el tejido social como una de las medidas más urgentes y necesarias para frenar lo insoportable. Y yo añado, desde mis genes programados para aprender y reinventarme en interdependencia con el medio: reconstruir el tejido social puede ser tantas cosas, puede ser coser, cicatrizar, empezar algo, organizarse, quererse, apoyarse, confiar, ampliar redes, fortalecer las que ya existen, crear otras nuevas, imaginarlas...pero sobre todo, desterrar la claustrofobia relacional si esa dependencia que la provoca pudiera socializarse, que pudiera socializarse el cuidado de los bebés, de las amigas, de los mayores, de las personas que sufren y necesitan de los otros de la forma que sea (es decir,de todas las personas).

Porque esa dependencia, así repartida, nos haría recordar que no hace tanto fuimos niñas, que no tan tarde seremos ancianas, y que el riesgo de sufrir, por las causas que sean, forma parte de la condición humana. Si todas las personas fuésemos encarnadamente conscientes de algo tan simple y tan rotundo, y lo viviésemos con orgullo ético, como una forma de reconstruirnos y lamernos las heridas (que son interminables), quizás podríamos ganarle terreno al miedo, a la desconfianza, a los malos recuerdos, y a las divisiones interesadas que se promueven desde el poder para que seamos islas de falaces fantasías independientes.

En mi experiencia particular, esas redes existen, y crecen, y puedo decir con orgullo que me preocupo de que sea así. Son círculos concéntricos y nudos de amigxs y compañerxs, imperfectxs, limitadxs, humanxs, y por esx mismo tan queridxs y necesarixs. Como Judith Butler, yo también quiero ser más débil.

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