martes, 8 de agosto de 2017

Mentes roussonianas, cuerpos sabios

Creo que fue Rousseau, entre otros, quien creía en la bondad intrínseca del ser humano, allá por el siglo XVIII. En esa época pervivía la manía de separar, platónicamente, la mente del cuerpo. Las manías humanas son históricas e insidiosas, y poco han cambiado en ese aspecto nuestras cosmovisiones sobre esos asuntos, es decir, sobre nosotros mismos. Digo nosotros en masculino porque parece ser algo que afecta más a los hombres, y me incluyo en lo que me ha tocado de "masculino"... que tampoco es poco (tener "demasiada iniciativa" suele considerarse masculino, y lo mismo la tengo para empezar relaciones, que la tengo para hacer blogs, programas de radio...bla bla bla, tampoco es el tema)

Actualmente, la separación mente-cuerpo opera, por ejemplo, en la medicina, todo se estudia a trozos. No sólo se separa la mente del cuerpo, sino que se separa el cuerpo de sí mismo, se divide, se fragmenta, y se estudia por partes, como si no hubiera relación alguna entre ellas. Pero vamos con Rousseau, que me lío. Heredé culturalmente de este señor, que lo mismo era simpático, una cierta idea de bondad intrínseca del ser humano, al menos entre las personas cercanas de andar por casa (los psicópatas de las altas esferas ni son roussonianos, ni andan por mi casa). Entre esas personas, también llamadas amigas, conocidas que podrían llegar a ser amigas, gente bonita, admirable, cariñosa, solidaria, empática...hay una presuposición de bondad. Así que, al menos entre ellas, ando confiada. Con los chicos es otra cuestión, está el tema del machismo y la pedagogía feminista, que da un poco de trabajo, pero básicamente la presuposición puede mantenerse con carácter general, siempre dentro de ese círculo cercano (que puede ir desde mi casa a los lugares habituales del área de la ciudad en la que me muevo).

Pero, ¿qué pasa en las relaciones complicadillas? Hace poco me refería a una relación adictiva de la que me estaba curando. Como todo proceso de abandonar adicciones, del tipo que sean, algún riego de recaída siempre hay. Esta semana he tenido una, cierto que solo fue telefónica, pero fue. Y menuda la que lié, conmigo misma. Mi mente roussoniana cantaba cual sirena su melodía habitual, hasta que mis palabras llegaban a ser eco de mi pensamiento ("Solo quiero que aprendas a mar", dice La Lupe, que es una lianta. Menos mal que está su música para reírnos del drama). Total, que mandé un montón de mensajes, resumiendo, y confesando que soy una plasta cuando me pongo. Hasta aquí mi mente roussoniana, ejerciendo de tal.

¿Qué hacía mi cuerpo mientras tanto? Un dedo tecleaba como si en ello se dirimiese el futuro de la humanidad, el dedo roussoniano que seguía las instrucciones de pensamiento y lenguaje que mandaba el cerebro roussoniano, pero resulta que el resto del cuerpo se puso inquieto, ansioso, revoltoso, se negó a comer y se negó a dormir, al menos durante unas cuantas horas. Mi cuerpo ponía el dedo en la llaga. A mi cuerpo se la trae al pairo lo roussoniano, mi cuerpo lo que quiere es gustito y respirar bien, y para eso necesita dormir, comer, moverse o estarse quieto, pero con alegría. Y ese día no estaba alegre, no hacía más que protestar. Es incomodísimo un cuerpo protestando contra las acciones de la mente roussoniana, es agotador vivir en cuerpo propio esa batalla. Al final el cuerpo tomó el control de la conversación, y me vi tecleando sobre lo incómodo que estaba mi cuerpo, en clave, claro, porque mi mente seguía empeñada en que aquello era algo mental, psicológico, sentimental o cualquier otro mentalismo del estilo.

A mi interlocutor se la traía al pairo tanto mi mente roussoniana como mi cuerpo protestón, de manera que no hay mayor paradigma de un diálogo de besugos que un monólogo de besugos. Nunca entenderé del todo en qué clave me lee este chaval, pero mi cuerpo me dice que ni se me ocurra intentar averigüarlo, que su rollo no es de mi mundo. Mi mente roussoniana a veces tiene buen perder, y en última instancia se sale un poco con la suya, y se consuela reflexionando lo siguiente: "que la mayor parte de las personas de mi mundo sean buenas no quiere decir que se pueda amar a todas". Mi cuerpo sabio, que cuando la mente tiene razón no tiene problema alguna en dársela, toma el mando y me lleva de nuevo por los caminos sanos del descanso, la luz del día y los placeres alegres.

"Larga vida a Epicuro", me susurran al oído cuando se ponen de acuerdo.


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