jueves, 10 de diciembre de 2015

La mañana fue magnífica

   Al día de ayer le siguió una noche prácticamente en vela. Una velada en parte dolorosa, en parte catártica. La mañana fue magnífica, llena de luz y alegría. La rabia no cura, pero desatasca, desahoga. Se expresa, se hace consciente, y luego deja paso a nuevos puntos de vista. Menos opresores, menos oprimidos, algo parecido a la justicia.

  Cuando de alguna forma te has enderezado un poco la postura corporal, se nota bastante en la calma. Quedando todavía mucho camino por recorrer, solo sientes los malentendidos que pudieran provocarse. No sabemos nada de las reacciones ajenas, ni hay nada que podamos controlar en ellas, sobre todo si no tenemos intención de hacerlo. Tampoco podemos esperar nunca que los demás reaccionen como hubiéramos reaccionado nosotros en su situación. 1ª Lección de la rabia

  Las personas dolemos hasta el punto de querer olvidar cuánto, para poder seguir queriendo (nos). Dolemos por lo que decimos o por lo que no decimos. Dolemos por lo que hacemos o por lo que no hacemos. Dolemos porque somos, y porque no somos sin los demás. Quico Cadaval nos enseñó que Shakespeare nos enseñó que dentro de cada persona viven todas las personas. (Shakespeare para ignorantes, se llamaba el espectáculo didáctico-teatral). Y que una rosa no siempre es una rosa, añado yo. Dentro cada persona (en mí, en ti, en ellxs...) viven personas que no nos gustan, Malo cuando ninguna de las personas que nos habitan nos caen bien, por más pasajero que sea.

  A veces, la cercanía y la confianza nos hacen bajar la guardia, y empiezan a confiarse aquellxs de nosotrxs que nos caen peor, y poco a poco, sin que sepamos cuando empezó, se deteriora de alguna forma la cercanía y la confianza. Pasa en las mejores familias. Pasa en las relaciones de pareja, y pasa incluso, aunque menos frecuentemente, en las relaciones de amistad. Aquellxs de nosotros que nos caen peor ocupan un espacio que deja de ser seguro, y los espacios empiezan a connotarse, a cargarse de algo que, en el mejor de los casos, intentamos olvidar cuanto antes. Porque preferimos el cariño, y en parte está bien que así sea. Así que relegamos a la excepcionalidad la actuación, o sobreactuación, de aquellxs habitantes que más nos molestan. A la larga, los habitantes molestos, molestos a su vez por la poca atención que se les presta en el conjunto de la personalidad, comienzan a molestar más. Nuestros otros habitantes empáticos y simpáticos promueven la compasión, y la comprensión, el perdón, el olvido, y todos los dones de la gracia, dando incluso las gracias por tantas enseñanzas, que tales oportunidades nos brindan.

  Pero cuando la situación es insostenible, por frecuencia o intensidad, aparece la rabia. Para que no se convierta en odio hay que ponerle nombre, cuerpo, y actitud. Identificarla. Ritualizarla. Situarla en el espacio y en el tiempo, y mirarla de frente. La propia y la ajena, la nuestra, la vuestra, la que atesoramos en común. Porque la rabia es un tesoro que nos cuida, impidiéndonos odiar. La rabia es sabia, porque sabe lo que le duele.

 Por alguna razón, la rabia se ha negado culturalmente a las mujeres. Las mujeres han sido convertidas en La Mujer, un ser mitológico mitad flor y mitad madre. Según este mito milenariamente patriarcal,, La Mujer tiene una antagonista, que vive dentro de ella. (Así, a lo maniqueo, a lo cansino, a lo cine comercial y vómitos de telefilme barato de sobremesa). Dentro de cada mujer viviría, según el mito, una auténtica Bruja Malvada, capaz de provocar tanto repudio y terror como gracias provocaban las flores y caricias. La función del patriarcado es vigilar y castigar la rabia de las mujeres, además de su cuerpo. (y de su dinero, y de sus derechos laborales, y de su educación, y bla bla bla...)

  Al patriarcado lo podemos tener dentro, fuera, al lado o alrededor. (Kate Millet, rabiosa).
  Por eso no tiene precio una mañana magnífica.
  Que la rabia nos cuide y acompañe, y que aprendamos a organizarla.

  Pd: Para Cris: ¡Gracias!

1 comentario:

  1. Ill Sant, dejé el café. Ahora no me sabe a nada. Espero que estés bien. Un abrazo

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