lunes, 29 de abril de 2019

La Lupe y yo.

Escuchando a La Lupe, una puede recorrer en buena compañía las emociones más peñazo de eso que han dado en llamar "amor romántico" o "amor de pareja". Por suerte esta cantante es una mujer inteligente y buenhumorada que nos lleva de paseo por sitios oscuros (algunos seguramente basados en sus propias experiencias, como le sucedía a Chavela Vargas) sin olvidar la risa, la autoparodia, el desahogo que supone el des-amor las veces que se consigue, y la advertencia de los peligros que supone para las mujeres caerse en precipicios donde la reciprocidad amorosa y el cuidado brillan por su ausencia.

A este paseo podemos llamarle, por ejemplo, maltrato psicológico, una especie de espiral absorbente que roba espacio para otras cosas. Decía hace unas semanas que necesitaba entrar en el papel de víctima para volver al de superviviente con energías renovadas. Entrar en ese rol como posibilidad o condición para cuidarme y escucharme mejor. Nadie quiere quedarse permanentemente en un rol de víctima, pero no todo el mundo puede sacudírselo con la misma facilidad.

Ahora bien, para salir hace falta tener en cuenta algunas cuestiones:

- La cuestión de la responsabilidad, que implica atribuir a cada cual lo suyo, intentando que el resultado sea lo más justo posible. La justicia y la responsabilidad van juntas. No sería justo no haber escrito esto, por ejemplo, ya que no soy una inocente jovencita a la que han engañado con promesas de color rosa. Tampoco sería justo decir que no ha habido daño, a pesar de eso.

- La cuestión de la construcción social de nuestras emociones, o dicho de otro modo, hasta qué punto se considera normal "sufrir por amor", frase hecha donde las haya que nos remite, de nuevo, a la música de La Lupe. De ese sufrimiento normalizado...¿cuánto se considera patológico, o dicho de otro modo, por encima de nuestras posibilidades? En mi visión actual del asunto, la normalización social opera de una forma extremadamente perversa, que es lo mismo que decir que, por mucho que ciertos grados estén normalizados socialmente (grados muy altos), el horizonte debería ser sufrimiento cero.

- La biografía de cada cual en el terreno afectivo. Como solo hablaré de mi parte, que es la que me concierne, digamos que en mi biografía ha habido de todo, en el mejor y peor de los sentidos. Lo cual dibuja un mapa de complejidad lleno de posibilidades. Con esto quiero decir que el recuerdo de las buenas experiencias es un estupendo faro para hacerme una idea de lo que quiero y de lo que no. Incluidas las buenas experiencias de la relación más reciente, que es sobre la que más necesito reflexionar, porque es la que duele en el aquí y el ahora. La otra parte, si se me permite una rápida alusión constructiva, bien pudiera estar reflexionando en términos parecidos a los míos, lo cual sería un escenario inteligente.

- El horizonte de sufrimiento cero, si bien no deja de ser otra forma de idealización, esta vez desde el feminismo, es bonito, y vale la pena darle unas vueltas, a ver qué posibilidades de realidad tiene. Porque toda utopía tiene vivencias, por más parciales o puntuales que sean, que nos permiten intuir que la elección de esa utopía, y no de cualquier otra, no es capricho o locura, sino un mapa legítimo que dibuja territorios apetecibles, por más lenta que sea su construcción. Ojo que digo construcción, y no conquista. La diferencia es muy radical.

-Y por último, una rectificación importante. No salgo del papel de víctima (ahora que por fin parece que ya puedo hacerlo) para volver al de superviviente. No. La superviviencia se entiende como una especie de estado de alerta constante ante amenazas de todo tipo. "Sufrir por amor" es una de ellas, y para nada insignificante ni menor. Tiene que haber algo parecido al concepto indígena del buen vivir, o quizás también al pensamiento de Epicuro, para alejar dolores innecesarios y atreverse a vivir bien. Por lento que sea llegar, yo ya me estoy haciendo la maleta. 




jueves, 18 de abril de 2019

Preguntas

Algunas veces, una se sorprende gratamente hablándose a sí misma como nos hablan las buenas amigas, como nosotras les hablamos a ellas. Las grandes preguntas que se plantean, entonces, son las siguientes: ¿Por qué solo algunas veces? ¿Cómo podemos hacer para que sea una comunicación habitual, y no solo esporádica? ¿Cómo podemos hacer para que esa comunicación sana se extienda a todas las relaciones, dentro y fuera de nosotras?

Responder a esas preguntas, y ser consecuente con las respuestas, debe ser el objetivo principal de la terapia y, por extensión, no permitir que nadie, nunca más, se vuelva a dirigir a nosotras de ninguna otra forma. En el terreno afectivo, al menos. Fuera de ese territorio, conducirnos con cordialidad y amabilidad, hasta donde se pueda. Sin dejar de luchar por los derechos para todxs, pero poniendo límites donde y cuando sea preciso en las interacciones individuales. No estamos para pedagogías sin fruto, para abnegaciones ni renuncias que salen demasiado caras en términos de salud, vitalidad, proyectos, dignidad, placer y capacidades.

miércoles, 17 de abril de 2019

Placeres de andar por casa

Hay demasiadas cosas simples que a veces no valoramos lo suficiente, enredadas como estamos en misiones imposibles en las que nos embarcamos (y nos embarrancamos), sin saber muy bien cómo empezaron, ni mucho menos cómo permitimos que se nos fueran de las manos y ocupasen tanto espacio, que dieran tantos problemas y, sobre todo, que durasen tanto tiempo.

Es tiempo, pues, de recuperar el inventario de los placeres de andar por casa, la lírica hogareña de los grandes salvavidas. La mirada de los gatos cuando estamos en paz con la vida. Escribir y escribir, siempre por la mañana o por la noche. Bajar a comprar pescado para compartirlo con un buen amigo. Pintar para calmar la ansiedad que nos coloniza a traición, y aprender de las emociones difíciles que se van aclarando, y coloreando, durante horas en las que no existe nada más, ni nada menos. Leer conectándonos emocionalmente con personas lejanas en el espacio y en el tiempo, con las que podemos mantener conversaciones interesantísimas. Tender la ropa de forma ligeramente sistemática, que nos proporciona orden y control sobre los aspectos más insignificantes, que a veces son los más difíciles de mantener cuando parece que nos caemos por precipicios emocionales. Fregar los platos después de haber tenido invitadxs, recordando los buenos momentos compartidos, y el combustible que supone para los próximos días, que no es poco. Encender el ordenador para abordar con ganas algún trabajo pendiente, algún encargo, algún proyecto que hace un poquito más grande la ventana hacia un mundo mejor. Dormir, sin miedo a lo que nos deparará el día siguiente. Y poco a poco, muy poco a poco, sentir que ya no nos ahogamos tanto, que hoy fue un poquito mejor que ayer.

Cuando me sienta libre para viajar a cualquier sitio, improvisando, sabré que me estoy curando, muy en serio. Mientras tanto, me conformo con ampliar el inventario, dentro y fuera de casa, de los pequeños placeres que nunca fallan.

martes, 16 de abril de 2019

Des-amor y cosas.

Anne Carson y la paradoja,
o cuando la filología es punk is not dead
Anne Carson en la encrucijada de los errores.

Agujeros negros en el borde de la vida
pájaros bebé con estómagos muy apretados
y muchas lunas, muchas, indiferentes.

Katie Bouman programa TAC,s de monstruitos límbicos a contraluz,
fotos recientes del núcleo familiar contemporáneo
mientras sonríe tímida como una gran científica,
porque supongo que lo es. 

El calendario se queda quieto
(pero quieto quieto)
y yo me quisiera morir pero no me muero,
exactamente igual que con los otros.

La diferencia.

Entonces caigo, en la cuenta.
Y tengo muchas ganas de romper cosas.
Cosas del amor.
Sin chupito de tequila, a pelo.

O empaquetarlo, el amor,
y enviármelo a mí misma por correo,
a cobro revertido.

También puedo sentir pena,
(ahora se llama empatía,
porque la tristeza está prohibida)
de ti o de cualquiera,
del des-amor de serie
(y su metamorfosis),
de cualquier cosa,
soy muy de penas.

Pero si me pongo seria,
o sincera,
si me cuido
(y aún cuido),
si no rompo
si no estallo
si no me hago daño
será porque valgo
bastante
la pena.

Aunque quisiera estar loca
y mis penas no sentir
porque sintiendo mis penas
mis penas no tienen fin 


Así que me siento y escribo sobre chorradas de las que escribe todo el mundo, y me siento fracasada de una manera prototípica y universal, telenovelesca, cutre, liberadora, ansiolítica, normal y normalizante. Hasta que ya no solo es que no me duela, sino que me dé la risa (que es la mejor forma que conozco de echarle ovarios a la derrota.)

Farfullas gilipolleces...
como si no tuvieras
nada mejor que hacer.

(Aquí iba una estrofa sobre la importancia de la amistad para la salud mental, sobre la posibilidad-o no- de la amistad después del des-amor, pero creo que después de nueve años escribiendo sobre eso, puedo pasar de todo.)

Mi cuerpo es sabio y sueña con muchas noches largas de silencio, gatos, y ausencia, dulce, como un helado de tarta de queso hacia el final de la tarde. Como el abrazo de las buenas amigas, que cuando dan amor siempre es del bueno.

Mi otro cuerpo lee y escribe, por costumbre.

Mi cuerpo bebe agua, rechaza la euforia, lo llevo y lo traigo a terapia, lo pongo y lo expongo por aquí y por allá, de vez en cuando. Me miro en él como en un espejo. Le doy todo el placer que me pide, todo el que puede pedirme.

Mis cuerpos haciéndose amigos.
Paso del mindfullness, ojo.
Prefiero a Simone Weil,
y esos ensayos.













lunes, 15 de abril de 2019

Esta mañana dibujé mi taza del desayuno.

Si queréis saber cuántos amores he tenido preguntadle a Alda Merini, ella os hablará de mi pelo enredado en las trampas del bosque, de amigxs que han comprendido que el verdadero enemigo del hombre es la vida. De hilos adentro.

Empiezo a ser como tierra a lo lejos envuelta en niebla, incolonizable. Como tierra de bienvenida, también.





lunes, 8 de abril de 2019

Épica de la melancolía

Tengo el título y poco más, porque dar cuenta de los descubrimientos interiores es lo más difícil del mundo. La épica habla siempre de viajes heroicos hacia fuera. Cuando cambia la dirección de los viajes le llaman espiritualidad, y nombrar la espiritualidad en cuerpo laico se vuelve directamente imposible.

Ayer fue domingo, día melancólico por excelencia. El capitalismo cristiano proporciona el domingo para detenerse y estar tristes, es el silbido del vapor de la olla a presión. Silbido que necesariamente ha de interrumpirse por falta de espacio, un solo día es del todo insuficiente para recuperarse. Cuando la olla está demasiado llena, empezamos a hablar de bajas laborales por salud mental. Una baja es como un domingo, un espacio un poco más grande para liberar a cuentagotas todo el estrés (laboral, relacional, postraumático...existencial) Un silbido ensordecedor, que paraliza la mayor parte del tiempo y alivia en pequeñas intuiciones de mejoría en las que querríamos tener una fe casi religiosa. Pero el cuerpo es laico, y no va a conformarse con placebos efímeros.  

Durante este domingo que parece interminable, una ha de ocuparse de los asuntos más espinosos. Ha de volver sobre sí misma para reflexionar y cambiar las perspectivas. Se vuelve necesario escuchar el impacto de la biografía sobre el cuerpo, y volver a leer a Virginia Woolf. El "ejército de los erguidos"se contrapone a la poesía de la fiebre. Toda la obra de Virginia fue la crónica de un estrés postraumático: duelos por pérdidas de personas muy cercanas, guerras mundiales, capacitismo y patriarcado.

"Crepúsculo" es una serie de libros y películas para adolescentes, propaganda de la violencia de género. Ella está quieta, todo lo que hace tiene que ver con esperar y sufrir la amenaza explícita de la naturaleza cruel de su vampiro. En la parálisis, la violencia usurpa su palabra: "No me importa, yo te quiero". En mi parálisis particular, aunque es un poco diferente, parece como si se planteara la elección entre el malestar de la sustancia y el malestar de la abstinencia. El primero garantiza la frustración. Sólo el segundo promete cierto heroísmo de andar por casa: que la épica dé paso a la lírica de la calma. Todo esto ya lo he vivido antes, de manera que sólo es una constatación de la circularidad del tiempo. O no tanto, porque se acabó la primavera, desapareció el olor, y con él las fantasías de un vínculo sano. Esto sí es nuevo. Aún sin deseo, la herida es grave.

Por circunstancias de las amistades melancólicas, ayer se formó un club para terminar con la melancolía de los domingos. Un grupo de apoyo mutuo cálido, nervioso, y sincero. Salió música y ajedrez. La primera sin euforia, el segundo más pedagógico que competitivo. La soledad al terminar la reunión me llevó de nuevo al rumiar de los insomnios. Estaba durmiendo bien gracias a la química, pero ayer empezó a fallar. Mis asuntos espinosos se rebelaron contra la química durante unas horas, supongo que cuestión de prioridades. Mi teléfono hizo una llamada al vacío que, como todo el mundo sabe, no tiene voz ni contenido. Es sano y realista saber que llamas al vacío, aporta muchísima perspectiva. Vamos bien, aunque vamos lentas.

Días atrás hubo un baño de cariño, la presentación del documental solo trajo cosas buenas. De cositas buenas se alimentan los corazones heridos, y añaden más sana sana con la ternura radical de los márgenes. La niña desubicada todavía puede disfrutar de los abrazos. Los abrazos son la lírica de la amistad, y la amistad es lo único que nos lame las heridas. A veces me impacienta que tarde en llegar la cicatriz, pero la impaciencia solo es una emoción, una de tantas.

  

martes, 2 de abril de 2019

Nudos radioactivos

Necesitamos espacios de terapia donde poder hablar del dolor sin que nos juzguen, sin que nos den pautas. Que nos escuchen con complicidad y que se pongan de nuestra parte. Es imprescindible para acoger y reparar heridas. La violencia la arrastramos desde que tenemos uso de memoria. Hay cierto pacto social, escalofriante, para normalizarla e insensibilizarnos ante ella. Pero termina saliendo por algún sitio, porque reclama a gritos su espacio y su reparación. Su canal de salida es el cuerpo, a través de emociones que nos controlan y bloquean en los lugares y tiempos más insospechados. El lenguaje del cuerpo sigue siendo el gran desconocido. La razón ilustrada ha pretendido silenciar el cuerpo, y las instituciones reproducen ese silencio, que también es violencia. En un alarde de hipocresía descomunal, se ha querido frenar con leyes y castigos las formas de violencia más evidentes, lo cual puede parecer justo, pero no suficiente. Hace falta una mirada radical, que vaya a la raíz. 

Da igual qué tipo de violencia haya sido. Verbal, psicológica, de control, de abandono o negación de la comunicación, física, sexual, laboral....La arrastras, la normalizas, encuentras excusas para no volver a nombrarla, pensando que quizás, de esta forma, no volverás a sentirla. Podrías incluso enterrarla en el olvido, la negación como estrategia de superviviencia. Pero somos hijas de una dictadura, en el marco geográfico más cercano, y de un siglo, en general, violentísimo, cuyos efectos sobre las emociones no se conocen porque no interesa que se conozcan. No es extraño por eso que se haya generalizado la "pedagogía venenosa" (en palabras de Alice Miller), que no va de no poner límites, sino de hacerlo de una forma que genera, por fuerza, traumas variados, diversos y duraderos. Pegajosos, de muy largo alcance. En diferentes momentos de tu vida. A manos de diferentes personas, más o menos cercanas.

Para que una sociedad entera deje de hablar de los traumas de la violencia, se inventó el biologicismo, que muy resumidamente consiste en decirle a una persona que su dolor legítimo no tiene causas concretas y reconocibles en diferentes grados de violencias sufridas, sino que es un defecto de su cerebro que debe ser reparado con pastillas. Punto y seguido. Lo que sigue es el lenguaje clínico, compuesto de "síntomas" y "diagnósticos", que es de lo único que se hablará a partir de entonces. Y entonces, por seguir el hilo, tenemos a personas diciendo de sí mismas "soy bipolar", "soy esquizofrénicx", "soy TLP", y así con todo.

Encontrar a una buena profesional que escuche sin diagnosticar, que sea capaz de decirte que todo lo que pasó tuvo que hacerte daño a la fuerza, que lo que te sucede son las consecuencias naturales y comprensibles, es un lujo que debemos reivindicar hasta la saciedad en la sanidad pública. Para que deje de ser un lujo y se convierta en un derecho. Si el feminismo tiene o tendrá cierta capacidad para marcar agenda política, sería un grave error que se olvidase de esta reivindicación. Yo personalmente no estoy haciendo terapia en la sanidad pública, y me duele, pero es que uno de mis traumas tiene que ver con ese entorno, y mi cuerpo lo rechaza todavía con fuerza. Con tanta fuerza, que tardé veinte años en aceptar ayuda profesional, fuese pública o privada.

Ahora que por fin conseguí vencer ese miedo, por el bien supremo de cuidarme en serio, me encuentro con una persona que merece mi confianza bloqueada durante tantísimos años. De las sensaciones que rescato durante las sesiones, hay dos muy importantes: Una es el alivio de hablar de lo que duele, y que ese hablar permita ir desbloqueando los nudos emocionales, la mayoría de las veces en forma de llanto y maravilla, como si fuese una novedad absoluta descubrir que llorar ablanda y desbloquea, pero sobre todo la verdad experimentada e intuída de estar en camino de encontrarme cada vez mejor, a medida que se sucedan los alivios. Otra consecuencia, que parece más racional pero que va teniendo efectos emocionales muy necesarios, aunque lentos, es la reconstrucción del rompecabezas vital, desde el punto de vista emocional, la capacidad de comprender las causas y los efectos de comportamientos o sensaciones recurrentes que hasta ahora eran difíciles de controlar, o cuyo control no era más que espejismo paliativo, sin cimientos ni garantía de éxito, a merced de estímulos externos con demasiado poder sobre mí. Entender de dónde viene ese poder para ser yo la que ponga los límites y las condiciones de su alcance era tan necesario y vital, que todavía me encuentro anonadada por el descubrimiento, y desbordada por el alcance de sus consecuencias.

Entre sesión y sesión, intento distinguir la diferencia entre vivir y sobrevivir, y dejo que sea mi cuerpo el que me guíe. No es ningún tipo de terapia mística que niegue o desplace mi inteligencia ni mi capacidad de razonar, al contrario, se trata de no disociarlas, sino de que trabajen en equipo por el bien común. Sí es cierto que se habían descompensado, en detrimento de lo emocional, de manera que, aunque era capaz de verlo todo con la cabeza, mi cuerpo me traicionaba constantemente, reclamando atención.

Ahora tengo una imagen de este proceso, imagino un dibujo: un cuerpo que acoge varias cuerdas internas, bifurcadas pero conectadas, como si fuese un sistema paralelo de circulación. En estas cuerdas hay numerosos nudos, y cada nudo duele y aprieta hasta que el alivio de su reconocimiento lo enciende (como si fuera la radiación que descubrió Marie Curie) y el llanto correspondiente lo moja y lo ablanda. Es todo muy lento, porque no es algo intelectual. A veces tengo que esperar días y días para que otro nudo se ilumine, emocionalmente hablando. Nos ha jodido el cartesianismo, y ahí vamos, arrastrando la teórica jerarquía mente-cuerpo (sí, sí, en ese orden) desde hace unos cuantos siglos. Llevamos el cartesianismo grabado a fuego, porque el cuerpo, ya se sabe, era cosa menor. Comer, placer, dolor, miedo, bloqueo, esas chorradas, ¿no? En esas chorradas, o más bien desde ellas, hay material filosófico para darle la vuelta a la humanidad, en el mejor de los sentidos. De momento me conformo con darme unas vueltas por mi propio interior, continuando con ese empeño de cuidarme sin engañarme, asunto este, el del engaño, que queda en suspenso, a expensas de lo anterior.

Voy consiguiendo algunas horas sin opresión en el estómago, sin bloqueo, algunos atisbos de cómo me gustaría ser cuando mi cuerpo y mi mente caminen juntas, en equipo.