lunes, 20 de julio de 2020

Un día nos vamos a morir, pero los otros días no.

Los huesos de las articulaciones, además de estar diseñados para funcionar como bisagras, lo están también para amortiguar caídas, en sus partes planas. La parte plana del hueso proporciona una plataforma de apoyo, por más pequeña que sea, que permite abrsober el impacto del peso del cuerpo, aunque sea al precio de un bonito moratón.

Así también el propio pensamiento sobre el cuerpo está diseñado para llevarnos mejor con él, para amortiguar caídas, y evitar un tipo de dolor, o más bien un grado, que viene sobre todo de la tensión nerviosa ante la idea del dolor. El dolor intenso pero breve de un resbalón en la cocina puede no ir a más si durante la caída somos capaces de ralentizar la escena, y por lo tanto volvernos solamente un cuerpo que quiere caer bien, en esos segundos preciosos en los que podría traicionarnos el pánico y hacer que la experiencia física y psicológica de la caída fuese todavía más traumática.

Una vez en el suelo, conviene no levantarse demasiado rápido, sino permanecer abajo, respirando con tranquilidad, escuchando qué nos está diciendo el dolor sobre el tipo de daño que podamos haber sufrido. Generalmente la agudeza del dolor inicial remite relativamente pronto (si no se ha roto nada) con ese ejercicio de respiración, al que podemos sumar otro ejercicio filosófico sobre el significado de poder decir: "pa habernos matao". Buena señal cuando se puede decir eso, buen analgésico también.


domingo, 19 de julio de 2020

Elogio veraniego de la pereza

Hoy domingo, la programación de radio clásica es deliciosa. Tanto, que me quedo tirada, literalmente, toooda la tarde. Como una gata sin culpa, horas y horas de languidez interior, tan tranquila como intensa. Sí es posible. 

No sé del todo de dónde me viene esta libertad, y aunque tengo mis hipótesis, esta vez me las reservo, por aquello de no hacer un altar del ateísmo. (Bonita paradoja que sería). Así que no pienso, ni leo, ni produzco. De vez en cuando miro algo como al azar, distraída, satisfecha. Quizás me levanto a ordenar cualquier rincón de la casa, un ratito muy pequeño, disfruto del resultado, me vuelvo al sofá, sonrío como una idiota, me desperezo, doy media vuelta, me prendo en cualquier nota, viene al azar, en la voz lejana y elegantísima de la locutora, un nombre que no voy a recordar (conscientemente).

Estos días tengo una cita, voy a conocer a alguien. Es muy joven, es amable y tranquilo, tiene tantas ganas como yo de esa sorpresa que será ponernos cara. Apenas sabemos nada el uno del otro, pero ya hemos vivido juntos un viaje y una hospitalización. Nada del otro mundo, todo queda en la tierra de la cotidianeidad, en esas pequeñas pantallas capaces de vida propia.

Pero no es la cita lo que me vuelve perezosa, sino la indiferencia ante el mundo, tan extraña de repente. Tan efímera, también (veréis lo poco que tarda en sacudirme, el mundo). Algo sabemos ahora del placer solitario de la pereza, al calor de las tardes de verano. Como la armonía perfecta de las suites para cello de Bach. Escuchar música como nunca, estrenando autorretrato.

Y allá lejos, quizás demasiado, la idea literaria de un amor inaudito (que no un enamoramiento), lleno de generosidad, me anima a construirme de a poquitos, se atreve a acercarse sin asomo de hipocresía, ni de miedo. Le pone palabras a algún rincón secreto, y yo viajo sin querer de su estar sentipensante al mío, marcando con besitos amarillos el camino de vuelta. Hay algo extrañamente sólido en esta ausencia del cuerpo, algo sin lobos, que no duele.

Me toco incrédula el mapa de los fantasmas, desierto.