viernes, 13 de mayo de 2016

Al pie de la montaña

 Son las doce de un viernes, fin de semana. Vuelvo a casa con un gusto de alegría recuperada, sorprendente por haber perdido la costumbre. Una reunión institucional que augura buenos tiempos, unas pizzas compartidas, una partida a los dardos, reencuentros, otras zonas de la ciudad. La montaña está en el campo visual, formando parte del paisaje mental, región central de los mapas de la locura.

Pero la montaña ya no es el territorio.

Me explico entera a cambio de amor del bueno, no de su simulacro. De momento soy capaz de distinguir la diferencia. Las locas molamos (cuando molamos) porque somos imprevisibles, exactamente por eso. Tener orgullo de la locura no es conocerse, sino dejarlo siempre pendiente, como una carrera de fondo que dura toda la vida. Lo que se pueda construir a partir de entonces tiene el sabor de los hallazgos inesperados, de las revoluciones emocionales (que pueden llegar a ser científicas, o políticas, si hay comunidad que las respalde), de los procesos que van más allá de meras anécdotas biográficas, incorporándose a los sueños de quienes se desconocen sin vergüenza. Nadie dijo que fuera fácil, y sin embargo, la luz que ahora ilumina este momento ni conoce la sombra ni la evita. 

Rosalía de Castro era punk!
 Nin me abandonarás ti nunca, negra sombra que me asombras.


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